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cos, como se dan por su propio y natural tiempo". En su austera celda del convento de Santiago de Tlatelolco no poseyó nunca fray Juan de Torquemada cuadro de tanta belleza y color ni joya que le produjera más viva alegría, que aquel par de duraznos. Es de esperar que nunca se haya atrevido a comerlos... El futuro historiador de México estuvo siempre consciente de que su admiración por la tierra y la capital de Nueva España raya– ba en el apasionamiento, que él llamaba afición. "No niego tenér– sela" -admite-. También en relación con los nativos mexicanos reconoce ser "tan aficionado". Aprecia su belleza. "Tienen las caras y rostros hermosos y agraciados, así hombres como mujeres, y en su niñez son muy graciosos y de muy buenas facciones, y muy alegres". Alaba sus cualidades morales, su valor en la guerra, su destreza en toda clase de artes y oficios. Recuerda que el gran retablo que él, siendo guardián, colocó en la iglesia de Santiago de Tlatelolco, ha– bía sido labrado por el indio Miguel Santiago, tallista "de mucho y delicado ingenio". Los artesanos nativos "labran talla y escultura, así grande como chica, y hacen imágenes y santos" de tanta perfec– ción, que los llevan a España. Para identificarse más con el indígena, Torquemada aprendió el náhuatl con fray Juan Bautista Viseo, "nacido en esta tierra", y con Antonio Valeriana, uno de los .intelectuales aztecas salidos de las aulas del colegio de Santa CrÚz de Tlatelolco. Se inició también en la lengua totonaca en Zaclatán. Torquemada no es ningún crítico sistemático del dominio espa– ñol en América, pero no oculta los males que la conquista ha cau– sado a los nativos. Denuncia "el pesado yugo" que el coloniaje car– ga sobre los diezmados indígenas. Gran defensor de Hernán Cortés, elogia sus hazañas guerreras, pero aclara que solamente la misión de evangelizar a los vencidos justifica la presencia de los españoles en México. "Si Dios nos sufre a los españoles en esta tierra es por el ejercicio que hay de la doctrina y aprovechamiento espiritual de los indios... Todo lo demás es codicia pestilencia!". En política indige– nista, Torquemada es partidario de las "dos repúblicas", es decir, que indios y españoles vivan, para bien de aquéllos, separadamente. "Harta lástima es que en Yucatán y Guatemala y en lo del Perú es– tén los españoles poblados por sí, y los indios por sí, y que en esto de México, donde a razón hubiera de haber más orden y concierto, no haya esto llevado remedio". Simpatía por el pasado histórico Fray Juan de Torquemada vio siempre con ojos de simpatía y ad– miración el pasado histórico de los mexicanos. Durante más de vein- 290

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