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Los frailes de más larga experiencia apostólica mostraban vivo resentimiento ante las novedades que se querían introducir. Duran– te los capítulos conventuales, en las caminatas con los hermanos por las calles y calzadas de México, en los lentos paseos en torno a los claustros de los conventos, fray Juan Focher oyó una y mil ve– ces los lamentos y murmuraciones de los inconformes. No querían admitir, por ejemplo, las nuevas normas que se habían implantado para la administración del bautismo. De estas críticas fraileras se hace eco Jerónimo de Mendieta. No sin su punto de vanidad y orgullo de grupo, los franciscanos recordaban los buenos tiempos en que ellos, los grandes apóstoles de México, bautizaban indios a millares pasando evangélicamente por alto ciertos minuciosos pormenores del Ritual con los que ahora les querían cortar alas. ¿No había sido ejemplar la libertad de los misioneros de la primera hornada, que bautizaban sin crisma, sen– cillamente "porque no la había?". Y aún más tarde, prescindían "de candela, saliva y templo". De templo, porque los catecúmenos no cabían en las iglesias. En cuanto a la saliva, se pregunta Men– dieta: "¿qué saliva había de bastar para ponérsela a todos?". Frai– le hubo que bautizó a diez mil en un solo día. En Guacachula, dos franciscanos bautizaron a "catorce mil y doscientos y tantos". En cinco días. Y aunque a los catorce mil y pico de catecúmenos les pusieron óleo y crisma, no faltaron quienes murmuraron de los ce– losos misioneros por administrar los sacramentos tan al por mayor. Mendieta critica, a su vez, a los críticos. Dice que éstos ni tra– bajan en la obra de la conversión de los infieles ni se preocupan de aprender su idioma; al contrario, les molesta su "olor de pobres". En otra parte, les llama "canes que tanto ladran". Los nuevos celadores de las normas litúrgicas sembraron entre los frailes tal inquietud y confusión, que hubo necesidad de convo– car a una reunión general, a la que asistieron los prelados, superio– res religiosos, letrados de la ciudad y oficiales de la Real Audien– cia. No bastó la junta. Se elevó una consulta al Consejo Real y otra más al Consejo de Indias. Ambos consejos optaron por acudir al mismísimo Papa. El sumo pontífice -Paulo III- contestó con una bula. Las normas que dio el Papa sobre administración de bautis– mos y matrimonios de indios fueron estudiadas por los obispos de México en 1538, pero algunas de sus interpretaciones dieron pie a nuevos desacuerdos. Teniendo en cuenta estas circunstancias históricas, se compren– de que el primer tratado que escribe el padre Focher en Tzin– tzuntzan esté dedicado principalmente a aclarar cuestiones morales y jurídicas relacionadas con el bautismo y el matrimonio de los in– dios. Para el mes de octubre de 1544, Focher tiene redactado su Enchiridion de Adultorum Baptismo et de eorum matrimonio. Se 266

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