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quisición desde 1583. Todavía en el año 1596 seguía preso. Contaba ya ochenta y seis años de edad. Probablemente ninguna de las continuas reclamaciones de inocencia que escribió le sacó de las mazmorras inquisitoriales por el resto de sus días. Epitafio para un profeta latinoamericano Obsesionado hasta la angustia por las injusticias de América, fray Alonso Maldonado de Buendía subscribe los ideales de fray Bartolomé de Las Casas, a quien llama "cristianísimo y doctísimo". Con él colabora en la redacción de un memorial, que, suscrito por ambos, envía al Papa en el año 1566. Idealista y utópico, coincide también en muchos aspectos con las tesis indigenistas de fray Jerónimo de Mendieta. Fogoso predicador, impresiona vivamente a santa Teresa de Je– sús, tal como ella lo cuenta en su Libro de las Fundaciones. Pero no logra convencer a los representantes del orden estable– cido, para quienes las razones de Estado suelen ser más podero– sas que los postulados de la conciencia. En el caso de fray Alonso Maldonado de Buendía, el sistema aplasta a su impugnador. Una vez más. La figura acerada de este profeta, que parece emerger de un os– curo rincón del Antiguo Testamento, hace sufrir. No sólo porque su vida es la de una víctima injustamente amordazada, sino también por su mismo talante. Duro, inflexible, poco humano, fray Alonso se resiente de cierto rigorismo calvinista. No hay en él mesura al– guna, ni un mínimo gesto de tolerancia, ni un asomo de alegría, ni una pequeña concesión a la fragilidad humana. Carece de ternura franciscana. Tenaz, radical, sufrida, aislada en la marcha de la historia, su ascética figura se esfuma en un lamento angustioso de impotencia. Todo el dolor de los pobres de América se hace en fray Alonso Maldonado clamor de denuncia, grito de reforma, alarido de lucha. 262
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