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nos de Felipe II y del mismo Rey, quien tachó a Maldonado de "fraile de mucha desenvoltura y desenfrenada lengua". También reaccionaron negativamente los oficiales del Consejo de Indias a quienes fray Alonso acusara de tratar los problemas del Nuevo Mundo "sin jamás querer preguntar lo que allá hay". La forma de pensar y de actuar del radical profeta ocasionó disgustos incluso dentro de la Orden. Algunos de sus hermanos de hábito, en efecto, escribieron informes en su contra, procurando impedir que partici– para en el próximo Capítulo General, al que había sido invitado por él Papa. Quienes más abiertamente se malquistaron con él fueron el padre Jerónimo de Albornoz, Comisario de la Orden ante la Corte, y el padre Francisco Guzmán, Comisario General. Este lo calificó de "locuacísimo y osado" y mandó que lo recluyeran en un convento. Atacado en España por la Corte y por la Orden, fray Alonso escribe a Su Santidad, Pío V, en un desesperado intento de desau– torizar al poderoso padre Guzmán, cuyo "oficio de Comisario Gene– ral -dice- ni es de Regla ni conforme a los estatutos antiguos (dela Orden), antes, es una ambiciosa ambición... y una manera de ne– gociar y pretender el generalato futuro". En respuesta a este ataque, el padre Guzmán moviliza cuanto resorte político tiene a mano pa– ra impedir que el molesto reformador asista al Capítulo General a celebrarse en Roma. Fray Alonso, idealista en asuntos de moral, pero práctico en sortear obstáculos diplomáticos, se fuga de Madrid y, valiéndose de las conexiones que tiene en Lisboa, llega a Roma en 1570. El padre Guzmán no se da por vencido. Recurre a Felipe II, quien ordena a su embajador en Roma, Juan de Zúñiga, que se– cuestre al turbulento fraile para arrebatarle los "grandes memoria– les" que retiene, y repatriarlo a España. Zúñiga toma a pechos la real orden, pues está convencido de que es "indecente" que un frai– le a quien él califica de "loco de atar" haya sido invitado a la Ciu– dad Eterna por el mismo Sumo Pontífice; pero no logra apresar al escurridizo franciscano. Fray Alonso Maldonado de Buendía regresó a España a fines de 1571. No contento con haber querido reformar las Indias y la Orden franciscana, se enfrentó con la Inquisición. Topar con la In– quisición era meterse en la boca del lobo. Ya antes había experi– mentado la presión del Nuncio papal en Madrid, Mons. Sega, quien lo mandó sacar de la ciudad a pesar de las cartas de recomenda– ción, firmadas por el papa Pío V, que trajera de Roma. Entregado a los superiores de la Orden, fue recluido en los conventos de Sala– manca y Villalón. En 1575 fue acusado por la Inquisición de "in– quietud muy notoria" y de que "con ánimo obstinado" atacaba al Santo Oficio y a sus ministros. En 1578 sufrió nueva reclusión. Ci– tado otra vez por el Santo Oficio en 1582, fue retenido en el con– vento de Valladolid, y aprisionado en las cárceles secretas de la In- 261
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