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que se dedican a servir y defender a los indígenas. Lamenta que estos verdaderos siervos de Dios no sean respetados por las autori– dades civiles y que hayan sido, incluso, expulsados de sus Misiones, "lo cual ha sido causa de grandísima infamia del Evangelio". Ante esta visión tan cerradamente negativa de las realidades americanas, Alonso Maldonado se siente reformador y con voca– ción de profeta. Lo afirma expresamente: "Ha de haber profetas que en las enfermedades particulares digan a cada uno lo que con– viene según la Divina Escritura nos lo enseña en muchas partes". Como reformador, no se queda en las ramas, va a los altos orga– nismos que han creado y mantienen con su autoridad y leyes el or– den establecido. Estando aún en las Indias, envía un memorándum al virrey de México y, de paso, advierte a jueces y corregidores que no quedan justificados ante Dios y la ley con su acostumbra– da trampa de tomarse residencia unos a otros. Pero no se contenta con amonestar a virreyes, alcaldes y tinterillos de América. Da la batalla en la misma Corte y en el consejo de Indias. No en las co– lonias, sino en la Metrópoli. Donde brota la fuente de todos los males, allí es preciso aplicar el remedio. Propuestas revolucionarias Fray Alonso Maldonado regresa a España en 1561. Aunque se siente extraño en el refinado ambiente cortesano -"yo de mico– secha soy hombre grosero", escribe-, reside en Madrid para tener más fácil acceso a los organismos de gobierno. Ni del rey ni de sus paniaguados pretende para sí privilegio alguno, ni siquiera "el va– lor de un grano de trigo". Al contrario, prevé trabajos. Pero no le arredran. Con tal de ser fiel a su misión de reformar las Indias, está dispuesto a sufrir cualquier sacrificio. A arriesgar, incluso, su vida. Esta actitud heroica le brota de su clara conciencia de reformador providencial. Está convencido de que él es el médico llamado a "to– mar la sangre al enfermo puesto en última necesidad". Acude a la Corte seis veces, en tres de ellas con autorización escrita del Ministro General de la Orden. Recurre también al Conse– jo de Indias. Y, por medio del Nuncio, al mismísimo papa, Pío V, a quien escribe un larguísimo informe, titulado: Defensa de los pe– queñuelos evangélicos. Estos pequeñuelos son los indios de Amé– rica, "inocente y sincerísima gente" en su cordial apreciación. Entrega siete memoriales a la Corte de Madrid, mientras apre– mia al Rey a convocar una Junta General que estudie en última ins– tancia la reforma de las Indias. 259
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