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tanto que -así detallan las crónicas- para salir librado de sus acha– ques acostumbraba tomar una extraña infusión de hojas de agua– cate... Sombría visión de la realidad americana Un año antes, en 1561, el padre Francisco de Bustamante ha– bía enviado a España al padre Alonso Maldonado de Buendía con los mismos propósitos que él llevó después: defender la suerte de los oprimidos. Tanto por sus escritos como por la forma en que ac– tuó ante la Corte de Madrid, el padre Maldonado es, entre los de– fensores franciscanos de los marginados de América, el profeta más radical y de signo más trágico. Que yo sepa, todavía no ha atrave– sado el océano Atlántico ningún religioso de su Orden equipado con una carga explosiva tan poderosa como la que llevó bajo sus san– tos hábitos este reverendo fraile, de quien hay que advertir de ante– mano que, a pesar de sus temibles denuncias y proyectos, era piadoso, docto y observante a carta cabal. Natural de la provincia de Salamanca, por sus venas circulaba sangre judía, pues su padre, abogado, era descendiente de "conver– sos". Pasó a América como misionero en el año 1551 y, en frase de un cronista de la época, "estuvo algunos años en el Perú y en la Nueva España y en otras partes de Indias, entendiendo en la doc– trina y conversión dellas, donde entendió su condición y manera de vivir". A Alonso Maldonado le bastaron diez años de experiencia ame– ricana para percatarse de los males que el sistema de las encomien– das y servicios personales había introducido en la vida de los some– tidos indios, así como para idear las líneas fundamentales de una posible política indigenista cuya implantación remediara las injus– ticias vigentes. Testigo de escenas de muertes y opresión tan -al parecer- ho– rrorosas, que -es frase suya- "ensucian los aires", le indignaba que hubieran quitado a los indios sus tierras y pastos y que padecie– ran las injusticias a que daba lugar la mita o sistema de trabajos forzados. Hasta la forma de construir iglesias y conventos era para él intolerable. "Aquellas iglesias -escribe- se edifican con sangre humana... pues no se les paga (a los obreros indígenas) por su tra– bajo". Con un espíritu exacerbado hasta la obsesión y la manía, el pa– dre Maldonado ve el Nuevo Mundo inundado por "un mar de san– gre de inocentes", como una extensión de "cuatro mil leguas donde se ha infamado y hecho horrible el Evangelio". 257
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