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nitos males no se hagan con autoridad de justicia y que el Evan– gelio se predique pública y libremente entre los que se dicen y se aprecian que son sus defensores". No contentos con escribir, algunos franciscanos viajan a España -y a Flandes- para abogar ante la Corona a favor de los indígenas en el debate suscitado por las Leyes Nuevas. Fray Hernando de Ar– mellones, provincial del Perú, se atreve a refrescar la memoria al mismísimo Rey: "Ya se acordará Vuestra Majestad con cuánto trabajo fui a Es– paña e a Flandes para advertir a Vuestra Majestad e a su Con– sejo Real de lo que convenía a este reino del Perú e a su conciencia, de manera que cinco prelados de los principales que de acá fuimos e informamos al Consejo no fuimos creídos en lo de la perpetui– dad (de las encomiendas)". (El padre Armellones, junto con el padre Morales, se oponía a dicha perpetuidad). Cinco prelados viajaron desde Perú; de México fueron tres: los provinciales de los franciscanos, dominicos y agustinos. El de los franciscanos era fray Francisco de Soto, uno de los doce apóstoles de Nueva España, a quien Mendieta pinta dotado de "juicio natural– mente muy claro, de gran prudencia y suaves costumbres". El do– mínico y el agustino no abrigaban dudas sobre la inconveniencia de las Leyes Nuevas, pero el franciscano hilaba, al parecer, más fino. Después de haber firmado un memorandum colectivo "más por importunación que de entera voluntad" según el cronista Jeró– nimo de Mendieta, cuando comenzó a reflexionar sobre el paso que había dado "cayó en su alma -prosigue Mendieta- un escrúpu– lo muy grande y no pudiendo sufrir la inquietud que esto le causa– ba, rogó que le mostrasen la escritura que se había firmado ... y vien– do su firma, rompióla y, echándosela a la boca, tragósela, diciendo que había sido engañado" y que él no había viajado a España en representación de los poderosos encomenderos, sino "de todos los españoles pobres y de los indios y naturales". Según declaró des– pués, "hubiera sido escándalo ir a esa corte religiosos a cosa que fue– ra contraria a los que teníamos por hijos espirituales" (los indios). Jerónimo de Mendieta, quien también supo el consabido oficio de arrimar el ascua a su sardina, anota que "ganaron los españo– les (encomenderos) con facilidad al parecer de los demás religiosos, salvo el de los nuestros, a cuya causa formaron quejas contra ellos, hasta llamarlos enemigos del bien común y hombres que en todo querían ser particulares". Fray Francisco del Toral, luego primer obispo de Yucatán, pa– só a España en el año 1554. Las crónicas lo describen recorrien– do los polvorientos caminos de Castilla "siempre a pie, con un po- 255
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