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den (se refería a Jerónimo de Albornoz) procura con instancia que no me dejen volver a las Indias, como cosa que no conviene al servicio de Dios ni del Rey. Para salir de aquel atolladero, Mendieta recurrió al Ministro Ge– neral, confesándole que "no saber lo que se ha de ser de mí me da mucha pena". La respuesta del General le sacó, en buena hora, de todas sus angustias, pues en ella, después de haber revocado sus an– teriores prohibiciones, le daba obediencia para regresar a México. Mendieta vio de nuevo abierto el horizonte de su vida; pero su salud seguía deteriorada. Temió, incluso, morir, y tan de veras, que pidió a sus antiguos compañeros de México: "Cuando oyeren que soy difunto, me digan las misas que por los frailes que allá fa– llecen acostumbran decir". Repuesto de sus achaques, volvió a México en junio de 1573, al frente de veinticuatro religiosos, la mitad de ellos cántabros. Nom– brado guardián de Xochimilco, escribió a su amigo Ovando que en las Indias se sentía "con mucha más salud que en España". Defensor de la utopía hasta la muerte Jerónimo de Mendieta, eficaz y activo siempre, prudente y do– tado -en frase del cronista Torquemada- "de grave estilo de razo– nar", ocupó en México puestos de responsabilidad: definidor, guar– dián y secretario. Fue, sobre todo, secretario. Tenía un carisma es– pecial para ser secretario. Lo fue de los provinciales Diego de Olar– te y Miguel Navarro. Este lo tuvo como tal siendo Custodio, Pro– vincial (en dos trienios) y Comisario General. Gozó de gran prestigio en la Provincia del Santo Evangelio. La siguiente anécdota, contada por el cronista fray Juan de Torquema– da, da prueba del ascendiente que disfrutaba entre los frailes. "Sucedió que en cierto capítulo que se celebró en esta Provincia del Santo Evangelio, en aquel siglo dorado, cuando se sustenta– ban los de esta sagracja religión, como los de los primeros siglos del mundo, con castañas y manzanas, como refiere Virgilio, y otras legumbres, para sólo pasar lo forzoso de la vida, que los padres congregados en él le encomendaron los oficios de la Ta– bla, así de guardianes como de intérpretes, porque el guardián que no era lengua llevaba uno, (como ahora también se usa), y le dijeron que comprometían en él, por la satisfacción que de su buen juicio tenían, y que mientras la estaba haciendo y distribu– yendo, ellos lo estarían encomendando a Dios en las horas ordi– narias del coro y misa, y con otras particulares oraciones. Y en– cargándose fray Gerónimo de la dicha Tabla y distribución de oficios, la hizo como mejor supo y Dios se lo dio a entender, porque entonces nadie pedía ni a nadie por peticiones y ruegos se le daba. 249

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