BCCCAP00000000000000000000764

aparentar buen ánimo, tuvo que ceder ante la realidad y reconocer que estaba deshecho. Su confesión al respecto es reveladora: "Aunque el hombre fuese de acero y aunque la obra que los fie– les siervos de Jesucristo hacen en las Indias sea tan heróica, cau– sa una fatiga tan continua de cuerpo y de espíritu, y aun desfa– llece el mismo espíritu, cuando el trabajo no es favorecido en que sea fructuoso". Las cartas que escribió desde Vitoria acusan los titubeos, dudas, y contradicciones en que se debatía su espíritu. Por una parte se in– clina a quedarse en la provincia de Cantabria, "que es mi madre de hábito y profesión y crianza y como tal me ha recibido con mu– cha caridad". Llega a pedir que le dejen "en la quietud que poseo", pues "yo no puedo hallar mejores Indias que las que al presente tengo". Pero, al mismo tiempo, sueña en México y no olvida que "soy tan hijo de aquella tierra de Indias en el deseo y procuración de su bien della". No sin nostalgia, recuerda que "yo sé la lengua de aquella tierra y entiendo algo de los negocios della, y que tengo afición a aquellas gentes y ellos también de mí crédito y confianza". Con todo, su depresión no obedecía sólo a factores emociona– les o a falta de salud. Mendieta había sido herido en el punto más vivo de su entraña: en sus acariciados proyectos de política indi– genista y eclesiástica. En el mes de junio de 1571, fray Cristóbal de Cheffontaines, Ministro General de la Orden franciscana, en una elogiosa y estimu– lante carta, le pidió que regresara a México para dedicarse allí a es– cribir la crónica franciscana de Nueva España. Poco después, en otra carta, le prohibía volver a México y -cosa más grave aún– mantener cualquier tipo de comunicación con el presidente y los miembros del Consejo de Indias. La contradictoria orden no se ex– plicaba sino por la presión que el General de la Orden había sufri– do por parte de algunos elementos opuestos a las ideas de Mendieta. Uno de estos adversarios era fray Jerónimo de Albornoz, Comisario de la Orden ante la Corte. Con la nueva carta del Ministro General en las manos, Mendieta vio, con indecible angustia, que todos sus proyectos, elaborados a lo largo de más de veinte años de experien– cia americana -y que precisamente entonces estaban a punto de poder realizarse gracias a la acogida que habían tenido en el Conse– jo de Indias- caían en el abismo del fracaso. Aturdido y confuso, escribió a su amigo Ovando que "ni a los padres de esta Provincia puedo dar el sí de mi quedada, ni satisfa– cer a mis deudos y otros que sobre ello me preguntan, como hom– bre que está suspenso". Le preocupaba también la honra -"que es el tesoro del religioso" según él-, pues temía que "no dejará de engendrar sospecha en algunos oír que un obispo y fraile de la Or- 248

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz