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en aspectos destos naturales" debe estar, según él, animada por los ideales evangélicos de las Ordenes mendicantes. El modelo de esta Iglesia es la de los Apóstoles. Ya el dominico Pedro Córdova había soñado en "fundar cuasi tan excelente Iglesia como fue la primitiva", y el gran Vasco de Quiroga quería formar "un género de cristianos a las derechas, como primitiva Iglesia". Para explicar este ideal del cristianismo primitivo, común en el pri– mer período de la evangelización de América, se ha recurrido a las influencias ideológicas en los espirituales joaquinistas, de Savo– narola y Erasmo de Rotterdan, pero las extraordinarias caracterís– ticas que en cuanto a disposición, número y fervor, revistieron las primeras conversiones de México, por una parte, y el ideal de es– tricta observancia de los religiosos reformados que en ellas trabaja– ron, por otra, bastan para explicar la aparición de la utopía político– religiosa de los mendicantes, en especial de los franciscanos de Nue– va España, según han advertido algunos historiadores. La república india independiente de la de los españoles que proponía Mendieta en sus sugerencias a la Corona, era, por decir– lo así, una república misional servida por religiosos y separada, in– cluso, del clero diocesano. (Mendieta, al parecer, abrigaba ideas poco favorables en relación con el clero secular, pues llegó a pedir que los indios estuviesen lejos de un "clérigo que los desuelle y ape– rree", y lejos de obispos "de rentas y fausto"). Sugería expresamente un obispo para los españoles y otro para los nativos: "que para los indios hubiese otros obispos, los cuales fuesen siempre frailes de las Ordenes mendicantes... y sepan la len– gua de los naturales". Mendieta quería perpetuar de esa forma el carácter misional que la Iglesia mexicana había revestido en la primera mitad del si– glo XVI, cuando los religiosos actuaban provistos de amplias facul– tades concedidas por los Papas y presididos por obispos en su ma– yoría provenientes de sus propias filas. Pero aquel dorado sueño se le estaba escurriendo a Mendieta de entre los dedos. El fervor de los religiosos se desvanecía a medi– da que crecía su número, aumentaban sus cargos administrativos -"intereses y propios negocios"-y la división entre criollos y espa– ñoles se hacía cada vez más tirante. El fervoroso discípulo de fray Toribio de Benavente lamenta que vaya "declinando el rigor de la pobreza y estrechura en que se había fundado esta Provincia del santo Evangelio". Hombre sin– ceramente espiritual y austero, intentó frenar la relajación por medio de un plan de eremitorios para frailes que propuso en el capítulo provincial de 1581, pero que no fue aceptado. 246

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