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11. Pedro de Betanzos, la otra cara de la conquista Por más ingenuo que uno sea, no es fácil creer a un guerrero que habla de paz con la espada en alto. Cuando, en el año 1524, el ca– pitán Pedro de Alvarado entró en Guatemala por Xetulul, advirtió a los nativos que los quería "atraer de paz sin dalles guerra"; pero -por lo que pudiera tronar- llevó una tropa compuesta por dos– cientos cincuenta ballesteros y jinetes y unos trescientos indios me– xicanos armados de arcos y flechas, macanas y lanzas. Como era de esperar, ni los quiches, ni los cakchiqueles, ni los mames, ni los zutuhiles creyeron en las propuestas de paz de Alvarado. También ellos se armaron hasta los dientes e hicieron frente al invasor. La guerra fue atroz. La versión cakchiquel de la conquista ha– bla de cómo sus reyes y jefes fueron exterminados: unos en la hor– ca, otros en la hoguera. "No tenía compasión por la gente el cora– zón de Tonatiuh", -así llamaban a Alvarado los indígenas-. El mismo Alvarado reconoció los excesos a que le había obligado la contienda: "Y viendo que con correrles la tierra y quemársela, yo los podría traer al servicio de Su Majestad, determiné de quemar a los señores (quichés) ... e como conoscí de ellos tener tan mala vo– luntad al servicio de V. Majestad, y para el bien y sosiego de esta tierra, yo los quemé y mandé quemar la ciudad y poner por los ci– mientos... ". Terminada la conquista, los prisioneros fueron vendidos como esclavos, se implantó el sistema de la encomienda y se impusieron fuertes tributos. Pero los vencidos no doblegaron la cerviz. Su actitud de resistencia al nuevo orden establecido por los vencedores está reflejada en la literatura cakchiquel de la época. Los Anales de los cakchiqueles recuerdan que los indígenas de Guatemala fueron obligados a tributar oro a Tonatiuh -"Toda la gente extraía oro"-, pero luego advierten: "Ninguno de los pueblos pagó tributo... Noso– tros nos dispersamos bajo los árboles, bajo los bejucos... No nos sometimos a los castellanos"... Los quichés, por su parte, se aferran a su pasado y exaltan a los héroes caídos en la guerra. A Tecum, que luchó cuerpo a cuer– po con Alvarado, mitifican pintándolo como un águila que se abate contra el invasor. El río Olintepeque lleva sangre de guerreros. 231
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