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Si tan duro y tan poco tolerante se muestra Landa con españo– les e indios, es, en último término, por su amor a éstos, a quienes quiere defender de la opresión de aquéllos y procurar su bien a pe– sar de ellos mismos... Su amor al indio es tan hondo, que le duele como un puñal clavado en el corazón. "Veo que andan -escribe– y han andado tantas muchedumbres de gentes caminando para el infierno; lo cual es tan grave dolor que no sé a quién no quiebra el corazón ver la mortal pesadumbre e intolerable carga con que el demonio ha siempre llevado y lleva a los idólatras al infierno". Es sincero, consecuente con su forma de entender las cosas de Dios y de los hombres, tan consecuente que, una y otra vez, va más allá de los límites que las virtudes de la prudencia y de la benigni– dad señalan. Pero es también capaz de reconocer sus errores y de humillarse ante Dios y ante los hombres. Está consciente -tal co– mo se expresa en su Relación- de la "diferencia que hay entre quien confiesa su yerro, o faltas, y el que las defiende". El las reco– noce. "Perdonarás las mías -escribe- como dice el Profeta... Señor, yo dije que confesaré mi maldad e injusticia y luego tú las perdo– naste". También supo humillarse ante los hombres. En cierta oca– sión, siendo ya Obispo, le arrojaron lodo algunos encomenderos que se sentían perjudicados en sus intereses. Landa no se airó ni protestó. Sólo comentó que "más se gana perdiendo en tales casos". Los mismos indios que tanto le temían vivo, lo lloraron muerto. Porque sabían que toda su severidad de inquisidor nacía del gran– de amor que, como padre y obispo, les profesaba. 228
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