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trágico error consistió en haber olvidado la premisa -humana y cristiana- de que no es lícito sacrificar al hombre -y menos aún al más débil- para asegurar una determinada estructura social o económica. Una vez puestos al revés los valores morales, la historia de la conquista del Caribe se convirtió en una carrera de violencias con– catenadas. Por el mes de abril del año 1494, Alonso de Ojeda, al cabo de una incursión armada que dirigió por el interior de la isla, se presentó en Isabela con un estimulante botín: mil seiscientos in– dios prisioneros, de los cuales, Colón embarcó para España quinien– tos en calidad de esclavos. No contento con esta hazaña, Colón se propuso mandar más esclavos a la Península en pago de mercan– cías adquiridas en ella. Atajado por los mismos Reyes en semejan– te empeño esclavista, el Almirante tiró por el camino de los servi– cios personales y de las encomiendas, pero antes quiso imponer res– peto a los nativos de Santo Domingo, no sólo con la guerra, sino también con ciertas leyes draconianas como la siguiente: "Si hallá– redes que algunos de ellos hurtan, castigadlos también cortándoles las narices y las orejas, porque son miembros que no podrán escon– der". Alonso de Ojeda sorprendió a un cacique en un pequeño hur– to y, ni corto ni perezoso, ejecutó con él la orden al pie de la letra. El día 12 de abril de 1495, la misma Corona que emitía cédulas a favor de la cristianización de los indios, legalizó su venta. Llegó, incluso, a permitir que se pagaran con mercancía humana los traba– jos de sus subalternos. Por ejemplo, el día 13 de enero de 1496 se publicó una cédula real para que a Juan de Lezcano, que era capi– tán de la Armada, se le dieran cincuenta indios en pago de su con– trata. Por fin, en aquel mismo año de 1496, se ordenó que los colo– nos pudieran utilizar para su propio provecho los servicios perso– nales de los indígenas. Quedaba abierto el camino a las célebres encomiendas de indios. Un año después, en 1497, los Reyes Católicos insistían en el ca– rácter evangelizador del descubrimiento del Nuevo Mundo por me– dio de dos cédulas, firmadas en los meses de abril y junio. Colón y sus mil quinientos cristianos, enviados por los Reyes a evangelizar y a establecer lazos de hermandad cristiana con los nativos de Las Indias, prefirieron dedicarse al violento juego de la esclavitud y de las encomiendas. Inevitables contrastes que siempre se dan entre las leyes y los hechos, entre los más altos propósitos y las más ba– jas defecciones, y que revelan la condición humana y la doble cara de las políticas de todos los tiempos y de todos los países. El célebre historiador franciscano Jerónimo de Mendieta sinte– tiza así estos tristes inicios de la conquista de América: 21

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