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Forzado o voluntariamente, Landa renunció al provincialato y se fue a España. Al presentarse a las autoridades del Consejo de Indias, "le afearon mucho que hubiese usurpado el oficio de obis– po y de Inquisidor", en frase del mismo Landa. Añade que al re– cordar él las facultades de que disfrutaba la Orden, "los del Con– sejo se enojaron más por estas disculpas y acordaron remitirle con sus papeles y los que el obispo (Toral) había enviado contra los frai– les, a fray Pedro Bobadilla, provincial de Castilla, a quien el rey es– cribió mandándole que los viese e hiciese justicia". Un tribunal compuesto por cuatro teólogos y dos juristas senten– ció que fray Diego de Landa "hizo justamente el auto (inquisito– rial) y las otras cosas en castigo de los indios", si bien reconocien– do que el rigor usado había sido excesivo. Landa fue absuelto de los cargos y, más tarde, rehabilitado por la Orden con varios nom– bramientos de confianza. En 1506, el obispo Toral, a petición de Felipe II, se retracta de las imputaciones hechas por él contra "un varón santo como el pa– dre Landa". Reconoce que las hizo "por solo informe de apasiona– dos". Toral muere en 1571. Dos años después, le sucede en la sede episcopal fray Diego de Landa... Landa obispo es tan inflexible como Landa provincial. Choca con el gobernador Francisco Velázquez Gijón, a quien excomulga. Desconfía de los que detentan el poder civil. Quisiera disponer de mayores facultades para impedir "que estos jueces del rey sean en esta tierra tan tiranos y atrevidos con la Iglesia". Reconoce que ha usado de "alguna fuerza" al reprimir las actividades de algunos bru– jos mayas, pero pide más amplios poderes para erradicar todo po– sible brote de idolatría. Se queja de que "ningún auxilio me dan ni me quieren dar" para tal fin. En 1575, interviene -muy a gusto, sin duda- como orador principal en un proceso público que monta la Inquisición de México contra treinta y seis sospechosos de hetero– doxia. Si se enfrenta con tanta acritud a gobernadores y encomende– ros, si destruye códices y manda encepar idólatras y brujos, no es por dureza de corazón o falta de entrañas. En el momento menos esperado, se le sorprende dibujando en el aire un gesto de ternura. En carta al inquisidor mayor de México, aboga, por pura conside– ración humana, a favor de unas señoras que habían incurrido en caso reservado. "He consolado estas personas -escribe- por pare– cerme que sería posible arriesgar sus conciencias antes que mani– festar ante notario sus miserias por ser negocio de tanta aspereza". Es sensible. Le enternece la Tixzula, una flor "del más delicado olor que yo he olido"; le arrebata el canto del ixyalchamil, "un pa– jarito pequeño, de tan suave canto". 227

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