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la moral matrimonial y la educación de los hijos. Explica minuciosa– mente el complicado calendario maya. Dibuja, en esquema, algunos de los templos paganos de Izamal, Mérida y Chichén-Itzá y los des– cribe al detalle. Hojea los códices mayas y aprende a interpretar sus jeroglíficos. Consulta a los expertos sobre los secretos del pen– samiento filosófico y moral de los antiguos sabios. Recurre en espe– cial a un tal Juan Cocom, "hombre de gran reputación y muy sa– bio en las cosas y bien sagaz y entendido" ... Este descendiente de la familia real de los Cocomes fue "muy familiar del autor de este libro, fray Diego de Landa, y le contó muchas antigüedades y le mos– tró un libro que fue de su abuelo". Los misteriosos códices mayas despiertan en su espíritu, además de curiosidad, una sincera admiración. Los describe con detalle, con verdadero mimo: "Escribían sus libros en una hoja larga, doblada con pliegues, que se venía a cerrar toda entre dos tablas, y que escribían de una parte y de otra a columnas, según eran los pliegues; y que este papel lo hacían de las raíces de un árbol y que le daban un lustre blanco en que se podía escribir bien". De estos preciosos códices, que encerraban la cultura y la his– toria de los mayas, actualmente sólo se conservan cuatro: uno en Dresden -un libro de adivinación, de 78 páginas-, y los otros tres, en Madrid, París y México. Todos los demás fueron quemados por orden de... fray Diego de Landa. Lo confiesa él mismo: "Usaba también esta gente -informa en su Relación- de ciertos caracteres o letras con las cuales escribían en sus libros sus co– sas antiguas y sus ciencias, y con estas figuras y algunas señales de las mismas, entendían sus cosas y las daban a entender y en– señaban. Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no hubiese superstición y false– dades del demonio, se los quemamos todos, lo cual sintieron a maravilla y les dio mucha pena". Esta drástica -y lamentable- decisión fue tomada por fray Die– go de Landa con ocasión de un auto inquisitorial que celebró en el pueblo de Maní a raíz del descubrimiento de ciertas prácticas ido– látricas en las que habían caído algunos bautizados. El célebre pro– ceso tuvo lugar en el año 1562. De él hablaremos más adelante. ¿cómo se explica que un sincero y ferviente admirador de la cul– tura maya haya sido capaz, no sólo de derribar sus ídolos y tem– plos, sino también de quemar sus códices y pinturas? 222

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