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son cantados por los indios y en algunas se celebran "con toda solemnidad y aparato de música como en muchas catedrales de España". "Toda esta armonía -añade- es de grandísimo provecho entre ellos para su cristiandad... porque su natual ha menester ser ayudado con la apariencia exterior". Tanto, que, según declaró fray Juan de Zumárraga, muchos indios se convertían más por el soni– do del órgano que por los razonamientos del misionero... En cuanto a los instrumentos de música que los frailes enseña– ron a tocar a los indios, un informe de 1561 trae una lista bastan– te completa: trompetas reales y bastardas, clarines, chirimías, saca– buches, trompones, flautas, cornetas, dulzainas, pífanos, vihuelas de arco, rabeles "y otros géneros de música que comúnmente hay en muchos monasterios". En algunos de los documentos que hablan de representacio– nes escénicas, procesiones, areitos, cantares y música, se aclara que su empleo por parte de los misioneros se debía al "natural" de los indios, a su idiosincrasia y cultura. Sintonizar con sus gustos y mo– do de ser era un requisito esencial para evangelizarlos. El canto, la danza, el "mitote", la escenificación de ritos y sacrificios, los dis– cursos estereotipados, los areitos, las ceremonias con ritos y vesti– dos simbólicos, las farsas con saltimbanquis y juglares eran elemen– tos constitutivos de la cultura azteca. Fray Bernardino de Sahagún describe con detalles minuciosos este abigarrado mundo del arte puesto al servicio de la religión entre los antiguos mexicanos, desde la educación que daban a los alumnos de los calmecac, a quienes "enseñaban todos los versos de canto, que se llamaban divinos can– tos, los cuales versos estaban escritos en sus libros por caracteres", hasta las comidas rituales y bailes que precedían a los sacrificios humanos; desde la "manera de los areitos y bailes que usan para regocijar a todo el pueblo", hasta la descripción de la mixcoacalli o casa del canto, donde "se juntaban todos los maestros tañadores y cantores y bailadores". Fray Jacobo de Tastera y sus hermanos de hábito en la conquis– ta espiritual de México supieron apreciar y respetar los valores que contenía la cultura indígena e incorporarlos a la nueva fe que pre– dicaban. Cristianos sin dejar de ser aztecas Cuando, en el año 1543, fray Jacobo de Tastera regresó a Méxi– co después de haber asistido al Capítulo general de Mantua, fue portador de una noticia explosiva: el año anterior, el Emperador había aprobado las Leyes Nuevas, que abrían una nueva era, de más tolerancia y justicia, para los indígenas de América. Además 213

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