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himnos y haciendo coros y danzas", y copia algunos de estos him– nos idolátricos en lengua náhuatl (con no pequeño escándalo de algunos frailes timoratos, por cierto). Llega, incluso, a experimen– tar personalmente las técnicas de los sanadores indígenas; por ejemplo, las virtudes antihemorrágicas de la piedra eztetl. "Yo ten– go experiencia -confiesa- de la virtud de esta piedra". Encuesta sobre las "antiguallas" mexicanas Los libros ideográficos aztecas fueron para Sahagún copiosa fuente de investigación. "Estas gentes no tenían letras ni caracte– res algunos... Comunicábanse por imágenes y pinturas y todas las antiguallas suyas y libros que tenían de ellas estaban pintados con figuras e imágenes, de tal manera que sabían o tenían memorias de todas las cosas que sus antepasados habían hecho y dejado en sus anales". Sahagún lamenta que un acervo tan valioso de cultura haya sido destruido casi totalmente, tanto por culpa de los conquis– tadores como de los misioneros y aun de los mismos aztecas y tlax– caltecas. "De estos libros y escritos los más de ellos se quemaron al tiempo que se destruyeron las otras idolatrías". Con todo, pudo dar con algunas obras escondidas, "que las he– mos visto, y aún se guardan, por donde hemos entendido sus an– tiguallas". En vista de la escasez de obras escritas a las que podía echar mano, se dio a la ingente tarea de reconstruir la historia de la civilización mexicana a base de un método que se anticipa a nues– tro tiempo: el de la encuesta. El mismo nos lo describe con su es– tilo sobrio y directo: "En el dicho pueblo (de Tepepulco) hice juntar (en el año 1558) todos los principales con el señor del pueblo, que se llamaba don Diego de Mendoza, hombre anciano de gran marco y habili– dad, muy experimentado en todas las cosas curiales, bélicas y políticas, y aún idolátricas. Habiéndolos juntado, propúseles lo que pretendía hacer, y pedíles que me dieran personas hábiles y esperimentadas con quien pudiese platicar y me supiesen dar ra– zón de lo que les preguntase. Ellos me respondieron que se ha– blarían acerca de lo propuesto, y que otro día me responderían, y así se despidieron de mí. Otro día vinieron el señor con los principales, y hecho un muy solemne parlamento, como ellos en– tonces lo solían hacer, que así lo usaban, señaláronme hasta doce principales ancianos, y dijéronme que con aquellos podía comunicar, y que ellos me darían razón de todo lo que les pre– guntase. Estaban también allí hasta cuatro latinos, a los cuales yo pocos años antes había enseñado la gramática en el Colegio de Santa Cruz de Tlaltelolco. Con estos principales y gramáticos también principales, platiqué muchos días cerca de dos años, si– guiendo la orden de la minuta que yo tenía hecha. Todas lasco- 199
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