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do, hecho como una calle, y las paredes de cañas cruzadas o te– jidas, y por lo alto también con sus verduras graciosas, como si fueran parras o vergeles de naranjas... y junto al mar estaba un mirador alto... de la misma manera bien labrado". El gran Almirante era el primero en dejarse embriagar con aque– llas fantasías y figuraciones. Por todas partes descubría él "indicios muy ciertos" del Edén perdido. Hasta los mismos indígenas cayeron en la trampa. Mientras Colón y sus viajeros creían entrar en el Paraíso al arribar a las Antillas, los nativos de las Antillas pen– saron que el Paraíso les llegaba con Colón: "Y creían muy firme -escribió éste en su diario- que yo, con estos navíos y gente, venía del cielo, y en tal acatamiento me re– ciben en todo cabo después de haber perdido el miedo... Todos traían algo de comer y de beber, que daban con un amor mara– villoso". Esta expectativa de lo maravilloso suscitada por el descubri– miento de América se extendió así mismo por el Viejo Mundo. El único adjetivo que emplea el cronista Glassberger cuando describe la entrevista de Juan de la Deule y Juan de Cosin con el P. Maillard a su regreso de las Indias, es "maravilloso". Dice que ambos misio– neros contaron "las cosas maravillosas que habían visto en la tierra, en el mar y en las islas". También nuestros dos pioneros hicieron sus castillos en el aire. Ellos iban a convertir indios y poco les bastó para creer que, al lle– gar a las Antillas, habían entrado en un verdadero Paraíso misio– nal, fácil y próspero. Al menos eso parece que dan a entender al– gunas frases de la única carta que se conserva de Juan de la Deule, escrita al cardenal Cisneros desde la isla de Santo Domingo el día 12 de octubre de 1500: "Otro sí sabrá cómo de la conversión de los indios... de tal manera traía Nuestro Señor, que todos sin poner objeto alguno reciben el bautismo". Pero la buena disposición que mostraron al principio los na– tivos para convertirse al Evangelio y la espontánea amistad que brotó en ellos hacia los nunca soñados hombres que los visitaban, se deshicieron rápidamente. Y por culpa de los mismos descubri– dores. La destrucción del Paraíso La Historia, la cruda Historia que cuenta los hechos tal como han sucedido y no tal como debieran haber sido, es algo así como un aguarrás que destiñe los bonitos colores de la fantasía.

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