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horrible" -son palabras suyas-, no había dejado de ser providen– cial, pues había hecho posible que los mexicanos fueran "alumbra– dos de las tinieblas de la idolatría en que han vivido y sean intro– ducidos en la Iglesia Católica e informados en la religión cristiana". Por otra parte, al contemplar los restos de aquellos teocallis, de tan ingente mole y de tanta hermosura, comprendió que se esta– ba enfrentando a una gran cultura, a toda una concepción de la vida, y que a aquel pueblo, inteligente y capaz de grandes realiza– ciones, herido ahora en sus propias raíces, no podía infundirle una nueva fe sino a través de los elementos constitutivos de su propia cultura, de su modo de ser y sentir, de su idioma y de su arte. Con todo, no llegó a creer que fuera posible evangelizar a los aztecas a partir de los elementos positivos y válidos de su religión. Semejante acierto hubiera supuesto en él una apertura tal, que no es posible imaginarla en la época en que vivió, si bien, en otros as– pectos, se acercó bastante al método que Robert Ricard llama de "preparación providencial". Bernardino de Sahagún creyó que para cristianizar al pueblo azteca era necesario desarraigar previamente todo vestigio de idolatría, pero -eso sí- con gran inteligencia y sumo respeto, conociendo a fondo la cultura azteca en todos sus aspectos. Su metodología evangelizadora se encauzó en esta direc– ción. Importancia decisiva del lenguaje Consecuente con sus convicciones, Sahagún se dio de inme– diato a aprender la lengua náhuatl, la lengua de los mexicanos. Su amigo Jerónimo de Mendieta dice que la aprendió de tal forma, "que ninguno hasta hoy día le ha igualado en alcanzar los secretos de ella". Hacia 1569, un franciscano anónimo escribía: "Este dicho religioso fray Alonso de Malina y otro que se llama fray Bernar– dino de Sahagún son solos los que pueden volver perfectamente cualquier cosa en la lengua mexicana y escribir en ella". Sahagún era en extremo exigente en todo lo relacionado con el idioma. Como traductores, por ejemplo, sólo admitía a expertos. Tales consideraba a los formados en la Escuela Superior de Tlalte– lolco. "Solo ellos -decía- nos dan a entender las propiedades de los vocablos y las propiedades de la manera de hablar". Su gran obra Historia General de las cosas de Nueva España tiene, y no en último lugar, una confesada finalidad lingüística. "Por mi industria se han escrito -manifiesta con noble desenfado- do– ce libros de lenguaje propio y natural de esta lengua mexicana, don– de allende de ser muy gustosa y provechosa escritura, hallarse han 197

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