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8. Bernardino de Sahagún, el etnólogo que salvó la cultura azteca Fray Bernardino de Sahagún llegó a la ciudad de México en 1529. Tenía entonces unos treinta años de edad y había cursado sus estudios en la Universidad de Salamanca. Según el cronista fray Juan de Torquemada, era "varón de muy buena persona y rostro". Tanto, que, para evitar supuestos peligros y tentaciones, los religio– sos más ancianos lo escondían de la vista de las mujeres. La ciudad de los teocallis cautivó de inmediato al sensible frai– le. No salía de su asombro al contemplar el templo mayor, dedi– cado a Huitzilupuchtli, cercado con blancas paredes coronadas de almenas, pavimentado con losas tan bien pulidas, que eran resbala– dizas como el hielo. De tal modo se le adentró en el alma la belle– za de aquel grandioso templo, que lo hizo pintar en un lienzo. Sahagún se maravillaba -y no sin razón- de que en una lagu– na se hubiera podido construir una ciudad con tantas y tan diver– sas bellezas arquitectónicas: pirámides, cúes, patios, puentes, cana– les, calzadas, estatuas, templos espléndidos, y el inmenso y ordenado mercado de Tlatelolco, "cosa cierto mucho de ver". Comparó la ciu– dad de México con Venecia. "Los mexicanos edificaron la ciudad de México, que es otra Venecia, y ellos en saber y en policía son otros venecianos". Sin embargo, cuando Sahagún llegó a México, su templo mayor estaba ya desmantelado, y derribada la mayoría de los teocallis. Se había optado por arrasar la ciudad pagana para levantar, a su costa y sobre sus ruinas, la cristiana. Nunca, pues, pudo fray Ber– nardino gozar de la esplendorosa vista que disfrutaron Hernán Cor– tés y sus soldados al cuarto día de su primera entrada en México. Bernal Díaz del Castillo, el soldado-reportero que acompañaba a Cortés en aquella ocasión, puso por escrito las impresiones de aquel afortunado grupo de conquistadores: "Y luego (el emperador Moctezuma) le tomó (a Cortés) por la mano y le dijo que mirase su gran ciudad... y que si no había visto muy bien su gran plaza, que desde allí (desde la cima del teocalli de Tlaltelolco) la podría ver muy mejor, y ansí lo estu– vimos mirando... y vimos... cues y adoratorios a manera de to– rres y fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admira- 195
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