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y no es justo que sean privados de tan gran favor". Consecuente con su manera de pensar, edita en lengua náhuatl los evangelios que se leen en las misas a lo largo de todo el año litúrgico. Después de estas primeras obras de menor empeño, Molina se considera con suficiente dominio del idioma náhuatl como para lan– zarse, en el año 1555, a publicar un Vocabulario en lengua caste– llana y mexicana. La obra abarcaba trece mil dicciones y fue con– siderada como "harto buena y necesaria". Con todo, para su autor, no es más que un primer paso, útil sólo para "comenzar a abrir ca– mino" en el conocimiento y profundización del náhuatl. Alonso de Malina quiere llegar hasta la meta, ahondar en las riquezas ina– gotables del idioma mexicano. Cuanto más lo estudia, tanto más se siente atraído por aquella "lengua tan copiosa, tan elegante y de tanto artificio y primor en metáforas y maneras de decir". Y a tra– vés de ella se le van revelando la sabiduría y la forma de pensar del pueblo que la habla, los insospechados secretos de una admira– ble cultura, los altos valores espirituales y estéticos de una gran ci– vilización. Ya nadie ni nada podrá arrancar de su corazón la viva simpatía, el profundo amor que experimenta por aquellos indígenas marginados y por su raro y fascinante mundo, tan desconocido por la mayoría de los colonizadores. Su amigo y colaborador fray Ber– nardino de Sahagún se encarga de mostrar todos los tesoros -in– mensos, inabarcables- acumulados por la secular cultura de los me– xicanos. Otro hermano suyo de la Orden, fray Juan de Torquemada, que llega por aquellos mismos años de 1565 a México, se dedicará a describir, en voluminosos libros, las instituciones religiosas y po– líticas de la que él llama Monarquía Indiana. A él, a fray Alonso de Molina, le corresponde abrir y ensanchar cada vez más el único camino que conduce al descubrimiento y aprecio de estos valores: la lingüística. En esta noble tarea se esfuerza tan denodadamente, que él mis– mo, en 1571, la encomia como "trabajo que nuestro Señor sabe y los que lo entienden podrán imaginar". Luego especifica algunos de los ejercicios a los que le obligan sus estudios: averiguar "la varie– dad y diferencia que hay en los vocablos según diversas provin– cias"; estudiar los elementos constitutivos del verbo náhuatl, o, como él dice, "cuál es la substancia y cuál es el pronombre o par– tículas que se le anteponen"; anotar sinónimos, "los nombres equí– vocos y de diversas significaciones, los cuales se diferencian en los diversos acentos que tienen"; desentrañar la morfología de las pala– bras; imponerse en las "maneras de hablar o sentencias enteras" y en su peculiar significado... Para salir airoso en su empeño, enumera y clasifica los mil ob– jetos del ajuar azteca, la infinita variedad de los enseres domésti- 191

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