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gracias en gran parte a la labor de formación y comunicación cul– tural realizada por los franciscanos, era posible el ideal lascasiano del "único modo de atraer a todas las gentes a la religión de Cristo". "Tea grande" de la comunicación intercultural El mayor aporte que en el problema de la comunicación ínter– cultural hace la Orden franciscana en México durante el siglo XVI, es la labor lexicográfica del padre Alonso de Molina, a quien, muy significativamente, el cronista Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, en su Séptima Relación, escrita en náhuatl, le llama "huey ocotl, tla– huilli", es decir, "tea grande, luz", porque, con su Vocabulario de la lengua mexicana, "en lo tocante a lo nuestro, de los hombres de aquí... hizo que se encontraran las correspondencias de la lengua mexicana", y porque "de él aprendieron todos los sacerdotes que nos han enseñado en nuestra lengua náhuatl". De origen -probablemente- extremeño, Alonso de Molina lle– gó a México hacia 1524, siendo aún chico. Aprendió el náhuatl en contacto con los niños aztecas. Criado en el convento franciscano de México, entró muy joven en la Orden. Esta le facilitó tiempo, apoyo y medios para que pudiera desarrollar y explotar al maximum las dotes de lingüista que poseía, de las cuales él mismo estaba muy consciente. "He recibido de nuestro Señor un pequeño talento, se– gún algunos piensan" -escribió, con su punto de modestia, en la presentación de uno de sus libros. Los superiores, para que pudiera dedicarse libremente a su es– pecialidad, a cultivar su "pequeño talento" de escritor y experto en lengua mexicana, apenas le cargaron con oficios de responsabili– dad. Fue predicador, guardián de Tecamachalco en 1559, de Tla– telolco hacia 1574, quizás de Texcoco. Libre de onerosos cargos, pudo escribir una docena de obras, todas en idioma náhuatl, en es– pecial, vocabularios y artes o gramáticas. Pasó la mayor parte de su vida en la ciudad de México, dedicado, como él dice, "a traba– jar y aprovechar a esta nueva Iglesia Indiana, en cuya lengua, des– de mi tierna edad hasta agora, no he cesado de exercitarme". Siempre gozó del apoyo de sus superiores, en especial del pa– dre Francisco de Ribera, comisario general de Nueva España. Tam– bién le secundaron en su tarea de estudioso de la lengua el padre Bernardino de Sahagún y varios intelectuales indígenas, entre ellos, Hernando de Ribas. La oposición que alguna que otra vez sufrió de parte del clero diocesano y de algún quisquilloso prelado, no perturbó mayormen– te su ánimo. A un clérigo que le acusó de entrometerse en asun- 188
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