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"Alcancé a cognoscer dos religiosos de Sant Francisco, que fue– ron con él (Bernardo Boyl), frailes legos, pero personas nota– bles, naturales de Picardía o borgoñeses, e que se movieron a ve– nir acá por solo celo de la conversión destas ánimas, y aunque frailes legos, eran muy sabidos y letrados, por lo cual se cognos– cía que por humildad no quisieron ser sacerdotes; uno de los cuales se llamó fray Juan de la Deule o fray Juan el Bermejo, por– que lo era, y el otro fray Juan de Tisin; fueron bien cognosci– dos míos, y en amistad y conversación, al menos el uno, muy con– juntos". Viaje al Paraíso de las Antillas A frailes, soldados y marinos se sumaron en las Islas Canarias caballos, vacas y puercos. Hombres y animales, en aquellos recios tiempos, viajaban juntos y en parecidas condiciones. Esta forma de atravesar los mares, en navíos compartidos por humanos y cuadrú– pedos, no debía de ser tan cómoda ni conveniente, pues, pocos años después, en 1502, un grupo de franciscanos que navegó a las Anti– llas en la carabela Santa María de la Rábida, consiguió que la auto– ridad pertinente emitiera esta orden: "E si ser podiere, en el tal na– vío onde ellos ovieren de pasar, faréis que no vayan caballos". Los expedicionarios, a pesar de la embrutecedora compañía de los animales, y a medida que se aproximaban al Nuevo Mundo, fue– ron experimentando una vaga y extraña sensación; algo así como si hubieran atravesado ya las invisibles fronteras del Paraíso. Los apun– tes del doctor Chanca describen algunos síntomas de aquella em– briaguez colectiva. "El primer domingo después de Todos Santos, que fue a tres días de noviembre, cerca del alba, dijo un piloto de la nao capitana: iAlbricias, que tenemos tierra! Fue el alegría tan grande en la gente, que era maravilla oir las gritas y placeres que todos hacían". A partir de aquel momento, los viajeros comenzaron a descu– brir por todas partes islas hermosas, maravillosamente verdes, ár– boles extraños, montes que parecían tocar las nubes, saltos de agua fabulosos. Al llegar a Boriquén, la actual isla de Puerto Rico, los viajeros bajaron a tierra. Y ya les pareció maravilloso no sólo el paisaje, co– mo hasta entonces, sino también el villorrio de los felices -aunque invisibles- pobladores de la encantada isla. (Los indios habían huido a vista de los extraños invasores). Allí vieron, asombrados, -la escena nos la pinta Bartolomé de Las Casas- unas chozas "por muy buen artificio hechas... que tenían una pla– za con un camino, desde ella hasta el mar, muy limpio y segui- 17
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