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nos pasaban a estudiar el castellano. En la escuela superior de Tla– telolco se incluía el aprendizaje del latín y del griego. De esa ma– nera, los franciscanos formaron una élite de cristianos indígenas, libres de traumas de aculturación y preparados para ocupar altos puestos, tanto en la enseñanza como en la administración pública de la nueva sociedad que iba surgiendo en México. Vayan, como muestra, algunos nombres: Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, cro– nista; Hernando Alvarado Tezozómoc, Fernando de Alva Ixtlilxo– chitl, Pedro Ponce, Juan Ventura Zapata, etc. Entre los alumnos del colegio de Tlatelolco hay que recordar a Antonio Valeriano de Azcapotzalco, Martín Jacobita, Andrés Leonardo, Alonso Vegera– no, Pedro de San Buenaventura, etc. Miembros de la nobleza indígena, como Pedro Motecuhzoma, gobernador de Atzacualco; Hernando Pimental Ixtlilxothitl, señor de Tezcoco; Diego Mendoza; Juan Ixtolinqui; Alonso de Itztapa– lapa, alcalde de México; Esteban de Guzmán, juez; y otros más, al– gunos de ellos educados también en el colegio de Tlaltelolco, fue– ron capaces de tomar una actitud de protesta ante la opresión que sufrían sus hermanos de raza, pero mostrándose al mismo tiempo abiertos a la aceptación de la marcha irreversible que las cosas ha– bían tomado en México desde la conquista, con tal de que el Rey proveyera remedio a los males que sufrían. La carta que estos re– presentantes del sojuzgado pueblo mexicano escribieron a Felipe II desde Tlacopan en el mes de mayo de 1556 es un índice de cómo, El Virrey de México confiere cargos políticos a indios nativos. (Del códice Osuna). En los centros de enseñanza abiertos por los franciscanos se for– mó una élite indígena que ocupó altos puestos en el gobierno del México colonial. 187

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