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dad franciscana de la ciudad, y unos pocos a su pueblo natal de Durango. Su iglesia catedral, en frase de Toribio de Benavente, era "po– bre, vieja y arremendada", con piso de tierra, techo con goteras, de poca capacidad. En las grandes solemnidades, el obispo ~e veía pre– cisado a oficiar en la iglesia de San José, de los franciscanos, que contaba con siete naves. Con una economía tan mermada, Zumárraga sólo podía pagar , a sus capitulares sueldos irrisorios: a los canónigos, cien pesos cas– tellanos por año, setenta a los racioneros, treinta y cinco a los me– dio racioneros y doce al "perrero". Músicos y cantores tenían que tocar y cantar gratis, si querían. Esta pobreza obedece en parte al espíritu de generosidad y des– prendimiento que caracterizó a Zumárraga. Vendió su propiedad de Ocuituco para comprar en Sevilla un órgano y hacerse con algunos libros. Cedió a una fundación piadosa una pequeña estancia gana– dera, de la que era propietario. Destinó a nosocomio tres casas que había comprado en la capital. Se desprendió hasta de su cruz pec– toral, entregándola a fray Domingo de Betanzos, su confesor, para que hiciera una limosna. El 4 de diciembre de 1547, escribe al príncipe don Felipe: "Mi deseo y propósito firme es irme desapropiando cuanto me es posible y morir fraile menor pobre. Yo, loado Dios, estoy desapropiado del hospital y de todas las casas que le tengo dona– das, y de los tributos del pueblo de Ocuituco... Y a la iglesia tam– bién tengo dado el pontifical, y con poco más de con los libros me quedo y dellos los que truje de mi Orden se los vuelvo... Y la mayor merced que me resta de pedir y suplicar a S.M. y a V.A., que más en lleno toca a mi salvación, es la licencia para me vol– ver a mi profesión, acabar mis pocos días que me restan en un monasterio destos para me aparejar y tomarme la cuenta y hacer penitencia"... Y vio la redención de la tierra A pesar de tan ejemplar pobreza y tan generoso desprendi– miento, no creyó haber llegado al ideal de santidad que se había propuesto. "Oh, padres, icuán diferente cosa es verse el hombre en el artículo de la muerte, a hablar de ella!" -exclamó una hora an– tes de su deceso, mientras oraba rodeado de algunos religiosos. Era el día 3 de junio de 1548. Si él, en su humildad, no se sentía satis– fecho de la perfección espiritual alcanzada, sí podía estarlo de los frutos que su recia lucha y pacientes gestiones habían logrado a fa– vor de la libertad y promoción de los nativos, de haber cumplido a 171
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