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"le fuí a buscar fuera de la ciudad y le hallé escondido por te– mor al dicho licenciado, fuera de su casa porque no le hallase, e lo tomé al dicho cacique e le hice llevar en una hamaca, yen– do yo con él, al monasterio más propincuo de Coyoacán, donde le hice curar, y con toda la diligencia que el Guardián y fraires pusieron no pudo escapar (de la muerte), porque tenía quebra– das las ternillas de los pechos". A tan sincero amigo de los indios, se acusa de haber sido en– comendero y de haberse hecho servir por indios. Recibió, en efecto, en encomienda el pequeño pueblo de Ocuituco con sus propieda– des, y lo retuvo en tal condición hasta el año 1541, cuando lo ce– dió al Hospital AMOR DE DIOS, fundado por él. Respecto de sus servidores -indios y negros-, es verdad que después de algún tiem– po les dio libertad, pero con la condición, bastante irrisoria a prime– ra vista, de que habían de permanecer a su servicio mientras él vi– viera. Aun pasando por alto la distinta sensibilidad que en materia de servidumbre, tributación y libertad personal tenía el hombre del siglo XVI, Zumárraga justifica en sus cartas su manera de proce– der en estos puntos. En carta al emperador del 25 de noviembre de 1536, aclara que dicho pueblo de Ocuituco, y otro mejor que se le había ofrecido, no los quería "para enriquecer a parientes ni gastar superfluo, más por poder proveer del beneficio a los que hacen el oficio y han trabajado mucho en esta obra de la conversión e ins– trucción de los naturales". En otra carta fechada el 17 de abril de 1540, especifica: "Yo, de mi cuarta y de la limosna que V.M. fue servido de me hacer en el pueblo de Ocuituco, muy poco a poco he edificado una casa grande, donde al presente se reciben e se curan e son proveídos los enfermos de bubas y de enfermedades contagiosas". En cuanto a su servidumbre y a los oficiales indios que traba– jaban en sus obras, afirma que "yo se lo pagaba mejor que el dicho licenciado", y "siempre acostumbré de nunca querer recibir de los indios oro ni cosa alguna, antes les daba de mi pobreza lo que podía". Fraile pobre y libre Aun en su alto cargo episcopal, Zumárraga vivió como humil– de y pobre fraile menor. El obispo nunca eclipsó al fraile. Habien– do mandado colgar unas cortinas en su modesta casa episcopal, al– gunos religiosos, para zaherirlo amigablemente, le dijeron que bien se conocía que ya era obispo. A Zumárraga le hizo muy poca gra– cia la broma, y "volviendo a su casa -escribe Mendieta-, él mes- 169
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