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no por soldados, a quienes se debe prohibir, so pena de muerte, en– trar "en pueblo ni casa de indio". Prefiere convivir con indios sencillos y pobres a llevar vida pa– laciega o gozar del fausto litúrgico de las catedrales. "Yo, allende de ignorar los ritos y cerimonias del Oficio Divino e servicio de iglesias catedrales, no puedo, aunque quiera, residir en ella, aunque lo deseo, porque siempre estoy e ando cercado de indios". Tampoco es amigo de refinamientos en materia de comida y bebida: "E yo, andando entre los indios, ellos me darán de comer de sus tortillas de maíz" -escribe en 1533. Tanto en sus escritos como en su forma de vida, Juan de Zu– márraga muestra una clara preferencia por el pueblo humilde, por los marginados. En su Doctrina breve aclara: "No sé yo por qué la doctrina de Jesucristo ha de estar escondida en estos pocos que lla– mamos teólogos; que si los comparamos con todo el pueblo cristia– no, son una pequeñuela parte". Por eso escribe su tratado "en es– tilo llano, para común inteligencia". Quiere asimismo que la Biblia esté al alcance del pueblo: "No apruebo yo -afirma- la opinión de los que dicen que los idiotas no leyesen en las Divinas Letras traducidas en la lengua que el vulgo usa, porque Jesucristo lo que quiere es que sus se– cretos muy largamente se divulgen. Y así desearía yo por cierto que cualquier mujercilla leyese el Evangelio y las Epístolas de San Pablo. Y aun más digo: que pluguiese a Dios que estuviesen traducidas en todas las lenguas de todos los del mundo, para que no solamente las leyesen los indios, pero aun otras naciones bár– baras las pudiesen leer y conocer". Detesta la refinada mentira de la alta sociedad formada por los vencedores. Mendieta nos cuenta esta anécdota: "Dijéronle a este varón de Dios una vez ciertos caballeros que no gustaban de verlo tan familiar para con los indios: mire vuestra señoría, señor reverendísimo, que estos indios, como andan tan desarrapados y sucios, dan de sí mal olor... El obispo les respon– dió con gran fervor de espíritu: Vosotros sois los que oléis mal y me causáis con vuestro mal olor asco y disgusto, pues buscáis tanto la vana curiosidad y vivís en delicadezas como si no fuésedes cristianos; que estos pobres indios me huelen a mí al cielo"... Se gloría de haber sobrellevado "inmensos trabajos" en la evan– gelización de los indios, de haberlos criado "como madres" él y sus hermanos de hábito. Y volviendo a los maltratos que Delgadillo causaba a los nativos, informa que, enterado de que el cacique prin– cipal de Tacubaya había sido coceado por aquél, 168
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