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con el humilde y casi simplón de fray Ramón Pané, ermitaño de la Orden de San Jerónimo. Los últimos en agregarse a la reducida patrulla clerical fueron dos hermanos legos de la Orden francis– cana. Ambos provenían del convento de Ath, ubicado en la actual provincia belga de Hainaut, y se distinguían por su robusta consti– tución física. Uno de ellos se llamaba Juan de la Deule y el otro, Juan de Cosin o Tisin. Al primero, su pelo rubio rojizo le valió el apodo de el bermejo, "porque lo era" -precisa Bartolomé de Las Casas-. A pesar de las investigaciones realizadas por el historiador H. Lippens sobre la vida que llevaron estos dos hermanos en su con– vento de Ath, se ha podido saber muy poco; tan poco, que se re– duce a estos simples datos: que, el día 1 de enero de 1489, Juan de la Deule hizo una declaración jurada ante el notario Guillermo Marscal y ante los testigos Nicolás Borgois y un tal Juan Eligio, diá– cono, "honorables y discretos hombres" todos ellos, como era de suponer; que para esa fecha, Juan de la Deule llevaba en el mencio– nado monasterio ocho o nueve años; que meses antes de embar– carse con Colón, los dos hermanos legos se habían despedido de su padre guardián, que era fray Jacobo Florens, y que luego viaja– ron a España con permiso del padre Olivier Maillard, vicario ge– neral de los Franciscanos Observantes. ¿por qué extraños caminos llegaron estos dos frailes desde su verde Borgoña hasta el puerto de Cádiz? El cronista franciscano Nicolás Glassberger, contemporáneo de los hechos que narramos, nos describe su itinerario. A los dos meses de haber vuelto Colón de su primer viaje de descubrimiento, los franciscanos de la rama observante celebraron su Capítulo General en Florenzac (Francia). La noticia entusiasmó a los frailes y de tal forma encendió su ar– dor misionero, que, para describirlo, el cronista emplea una compa– ración bastante bizarra: "como elefantes que se enardecen a la vista de la sangre". Sólo Juan de la Deule y Juan de Cosin obtuvieron del Vicario General electo, fray Olivier Maillard, el ansiado per– miso. Una vez llegados a España, parece que les orientaron a las mi– siones que por entonces se estaban organizando para convertir a los moriscos de Granada; pero pronto vieron los dos frailes belgas que no era aquél el terreno apropiado a su celo. Y estando ya a punto de zarpar las naves de Colón, se integraron a la odisea por haberlos hallado "robustos de cuerpo, piadosos y virtuosos", según Glassberger. De estas raras cualidades se hace eco Bartolomé de Las Casas en su Historia de las Indias: 15

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