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suplicar que se la tomen. De acuerdo con esta su tesitura moral, la virtud que más aprecia en los que, como él, ejercen mando, es la imparcialidad: "Y pues Dios y V. M. me hizo padre y prelado de todos, gran locura fuera la mía no abrazar a todos y contentarme con los unos y dejar a los otros y no ser general a todos, como colum– na que sustenta en medio del edificio, que, declinando a una parte da con el resto en el suelo". En carta al emperador del 17 de abril de 1540, estampa una frase que deja entrever como ninguna otra la extraordinaria noble– za de espíritu de este hombre tan probado por la calumnia: "Yo quiero sufrir más que me sufran". Todo por el indio Las recias polémicas que se vio obligado a sostener como pre– lado, y, muy especialmente, la amarga prueba a la que le sometió el licenciado Diego Delgadillo, fueron, no sólo la piedra de toque de la reciedumbre y nobleza de su espíritu, sino también el espejo donde más claramente se refleja la sinceridad de su amor al indí– gena. Si primero se enfrentó con la Audiencia de México, fue "con– siderando el escándalo de los indios", y si luego se defendió de las acusaciones de Delgadillo y optó por "irle a la mano", fue por "las exorbitancias que el dicho licenciado hacía e mandaba hacer contra los indios". En el citado informe vindicativo, no le basta defender– se, sino que pasa al ataque cada vez que recuerda las vejaciones de que son víctimas los nativos en México. Recrimina a Juan Peláez, alcalde mayor de Guaxaca, por "las cosas inhumanas y crueldades inauditas que hacía en indios, aperreándolos que los hiciesen peda– zos los lebreles". No tolera que sus indios sean escandalizados por cristianos y menos, por clérigos. Uno de éstos le tenía "espantado y atónito". Entre otros crímenes, había matado a un indio porque "le acusó ante mí de que le había tomado su mujer para manceba". Este hecho le forzó a escribir la siguiente frase, quizás la más dura que jamás haya salido de su pluma: "Y de mi voto, hasta desgra– dualle y relajarle no pararía, y que los indios lo viesen ahorcado me consolaría harto". Ni siquiera la "superfluidad y vanidad en trajes y atavíos de ca– sas" puede tolerar el austero franciscano. Porque suponen "malos ejemplos que se dan a estos naturales", que viven pobremente. Por su amor al indígena, fray Juan de Zumárraga se declara contrario a las guerras de conquista, que son -según él- "oprobio– sas injurias de nuestra cristiandad y fe católica". Favorece, más bien, la conquista pacífica o apostólica, llevada a cabo por misioneros y 167
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