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mes de marzo de 1530. Los señores Cristóbal de Angulo y García de Llerena se habían acogido al monasterio de San Francisco de la ciudad de México. Los oidores, en contra de toda ley y costum– bre, allanaron el lugar sagrado, sacaron violentamente a los dos presuntos fugitivos de la justicia y los metieron en la cárcel públi– ca, donde les dieron tormento. Ante aquella violación del derecho de asilo, Zumárraga, el obispo de Tlaxcala y las comunidades de los frailes franciscanos y dominicos fueron -en procesión y exhibiendo signos de luto- a la cárcel, para exigir la devolución de Angulo y Llerena. No tardaron en presentarse los oidores, acompañados de un tropel de gente, exigiendo que se retirase del lugar toda aquella monserga clerical; Zumárraga pidió otro tanto a los oidores y sus paniaguados y en un dos por tres se formó la de Dios es Cristo. Delgadillo ofendió a Zu– márraga; éste perdió los estribos y, -en expresión del cronista- le respondió "por los mismos consonantes". El alboroto degeneró en lucha armada y "al mesmo obispo le tiraron un bote de lanza con el recatón, que le pasó por debajo del sobaco". El señor Obispo ame– nazó con el entredicho si dentro de tres horas no libraban a Angu– lo y a Llerena, pero de nada sirvió la amenaza, pues ahorcaron al primero y al segundo le cortaron un pie. Ante el hecho, Zumárraga llevó a efecto la amenaza. La ciudad quedó en entredicho, y los frai– les del convento de San Francisco, después de consumir el Santí– simo Sacramento y "descomponer" los altares, abandonaron la igle– sia y el convento y se retiraron a su convento de Texcoco. Delgadillo había jurado que "antes iría al infierno que pedir perdón a frailes franciscos". El único que le podía absolver era fray Juan de Zumárraga. Jamás recurrió a él. Los informes de Zumárraga convencieron -ial fin!- a la Co– rona de la imperiosa necesidad de remover de sus puestos a los co– rruptos responsables del gobierno de Nueva España. Fueron depues– tos en diciembre de 1530. En su lugar llegaron "los justos jueces" -así los cualifica Simpson- de la segunda Audiencia: Sebastián Ramírez de Fuenleal, Juan Salmerón, Alonso de Maldonado, Fran– cisco Ceinos y Vasco de Quiroga. Su venida inauguró en México un período luminoso de orden, justicia y prosperidad. El día 9 de abril de 1532, la nueva Audiencia encontró a los oidores de la primera culpables de veintiocho cargos y los remitió, presos, a España. Diego Delgadillo y Juan Ortíz de Matienzo aca– baron sus días en la cárcel. En una junta celebrada por los nuevos oidores -"personas de cencia y conciencia" en expresión de Bernal Díaz del Castillo-, y en la que tomó parte el obispo Zumárraga, se emitieron varios de– cretos a favor de los indios. Quedaba ya abierto el camino de la 164
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