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ficas procesiones y vistosos bailes: "Todo el camino estaba cubier– to de juncia, y de espadañas y flores, y de nuevo había quien siempre iba echando rosas y clavelinas, y hubo muchas maneras de danzas que regocijaban la procesión... Iba en procesión capilla de canto de órgano de muchos cantores y su música de flautas que concerta– ban con los cantores, trompetas y atabales, campanas chicas y gran– des, y esto todo sonó junto a la entrada y salida de la iglesia, que parecía que se venía el delo abajo". En 1531, estando en el convento de Cuernavaca, fray Toribio plantó palmeras de dátiles. Diez años después, siendo guardián del convento de Texcoco, contemplaba las primeras flores producidas por las datileras de Cuernavaca. Se las llevaron sus queridos indios para que las viese. Esta sencilla anécdota, contada por fray Toribio en sus Memoriales, es como una alegoría que resume el sentido y los logros de su vida. El amor que el pobre y generoso francisca– no sembró en México durante los largos y duros años de su minis– terio, floreció en una cristiandad indígena alegre y fervorosa, esplén– dida como una palmera. Dicen lós cronistas que cuando fray Toribio de Benavente fa– lleció en el convento de San Francisco de México -era el año 1569- su rostro reflejaba un gozo inefable. Fray Toribio había lo– grado vivir y morir como Motolinía. La pobreza franciscana siembra amor y florece en bienaventuranza. 156 La Crónica de Tlaxcala del mestizo Diego Muñoz Camargo, del siglo XVI, ilustra así la labor evan– gelizadora de los prime– ros franciscanos de Méxi– co. (De la obra Los fran– ciscanos vistos por el hombre náhuatl de Mi– guel León Portilla).
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