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poniendo a todos óleo y crisma, que no nos fue pequeño trabajo". Y en su carta al emperador le confiesa haber bautizado más de tres– cientos mil indios, y desposado otros tantos. En el conflicto que se suscitó en relación con las ceremonias bautismales, fray Toribio creyó que el clamor de los pobres estaba por encima de las normas jurídicas establecidas y confiesa que si– guió bautizando "no obstante lo mandado por los obispos". La misma afluencia de indios conversos se daba en la adminis– tración del sacramento del matrimonio. Fray Toribio informa que había días en que en una sola iglesia se desposaban quinientas pa– rejas, y hasta mil, como sucedió en el convento de Tlaxcala. Muchos de los matrimonios a realizarse requerían resolver pre– viamente situaciones conflictivas, pues muchos indios antes de su conversión habían tenido varias esposas y era preciso determinar con cuál de ellas se quedaban al casarse por la Iglesia. Motolinía deja traslucir su genio travieso e irónico al referirse a algunos de estos conflictos causados por la multiplicidad de las esposas: "era cosa de ver -escribe- verlos venir, porque muchos de ellos traían un hato de mujeres, y hijos como de ovejas". Pero valía la pena sacrificarse por aquellos cristianos primeri– zos, pues de los horrores de la idolatría habían pasado al júbilo de la fe cristiana. Motolinía, el fraile pobre, era rico en medio de aque– lla alegre y fervorosa cristianidad. "Después de bautizados -escribe- es cosa de ver el alegría y el regocijo que llevan con sus hijuelos a cuestas, que parece que no caben en sí de placer". La alegre fiesta de los pobres Toribio de Benavente destaca en sus escritos el carácter alegre y festivo de aquella cristiandad que iba brotando de la predicación de los misioneros franciscanos. Una cristiandad émula de las primi– tivas de Jerusalén y Antioquía. Los indios conversos o en proceso de conversión, todo lo hacían cantando. Aprendían los mandamientos y oraciones "en su lengua y de un canto llano gracioso". Los ca– tecúmenos, lo mismo niños que adultos, "estábanse a montoncillos así en los patios de las iglesias y ermitas como por sus barrios, tres y cuatro horas cantando y aprendiendo; ... por doquiera que fuesen, de día o de noche, por todas partes se oía cantar". En sus escritos, Toribio de Benavente pinta aquella fervorosa iglesia naciente transida de júbilo y cantos, explayándose en magní- 155

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