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_¿cómo, Padre, todo vuestro celo y amor que decís que tenéis a los indios se acaba en traerlos cargados y andar escribiendo vidas de españoles y fatigando a los indios, que sólo Vuestra Ca– ridad traéis más indios que treinta frailes? Y pues un indio no bautizáis ni dotrináis, bien sería que pagásedes a cuantos traéis cargados y fatigados". Fray Toribio ataca al célebre dominico sin compasión, llamán– dole "pesado, inquieto e importuno y bullicioso y pleitista, tan de– sasosegado, tan mal criado y tan injuriador y perjudicial y tan sin reposo". Con todo, parece que el conflicto entre Motolinía y Las Ca– sas no obedecía sólo a sus diferencias en el talante personal o en los criterios de evangelización. Luis Nicolau d'Olwer sostiene la su– gestiva opinión de que, en el fondo, lo que les dividía eran sus ideas en relación con la autonomía política de los indios. "Las Ca– sas -escribe Olwer- propone restaurar las extintas monarquías in– dianas, bajo la soberanía eminente y lejana del Emperador; en tan– to que la visión política de Motolinía se adelanta dos siglos y me– dio a la idea del Conde de Aranda y casi tres siglos al Plan de Iguala". Apóstol de los pobres En el ejercicio de su ministerio sacerdotal, Toribio de Bena– vente se dio al indio hasta el agotamiento. En sus escritos recuerda que en aquellos primeros años de evangelización, los pocos misio– neros que trabajaban en México no tenían tiempo para descansar, pues un solo sacerdote tenía que realizar todos los ministerios: bautizar, oír en confesión, celebrar funerales, predicar y decir misa. Además de aprender la lengua, enseñar la doctrina cristiana a los niños, rezar, leer y cantar. Después de algunos años de resistencia, las conversiones co– menzaron a darse en forma masiva y había una demanda de bau– tismos tan grande, que los sacerdotes, poco numerosos aún, bauti– zaban por miles. En Xochimilco, dos franciscanos bautizaron más de quince mil en un solo día. "Eran tantos los que se venían a bautizar, que a lo.s sacerdotes bautizantes muchas veces les acontecía no poder levantar el ja– rro con que bautizaban por tener el brazo cansado, y aunque re– mudaban, el jarro les cansaba ambos brazos, y de traer el jarro en las manos se les hacían callos y aun llagas". iEn verdad que bautizaban a jarros! Motolinía fue el gran bautizador. "Digo verdad que en cinco días que estuve en aquel monasterio (de Huaquechula), otro sacer– dote y yo bautizamos por cuenta catorce mil doscientos y tantos, 154
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