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donde, en media legua a la redonda, apenas se podía pisar sino so– bre cadáveres o huesos. Recrimina a los cristianos que el hierro de marcar esclavos anda "bien barato". "Dábanles por aquellos rostros tantos letreros, demás del principal hierro del rey, tanto que toda la cara traían escrita, porque de cuantos era comprado y vendido llevaba letrero". Toribio de Benavente no permaneció mano sobre mano ante estos atropellos. Al año de llegar a México, en julio de 1525, fue requerido por el Ayuntamiento de la capital por entrometerse en usar de jurisdicción civil y criminal. ·un año después, el día 1 de septiembre de 1526, estampaba su firma en una carta colectiva es– crita por los franciscanos contra los abusos cometidos en el reparti– miento de los indios. La lucha entre los franciscanos y la Primera Audiencia de Méxi– co llegó a incidentes muy serios. El día 23 de agosto de 1529, fray Toribio, junto con otros tres franciscanos, fue delatado ante la Audiencia como conspirador. Se le acusaba de haber planeado echar de México a los españoles para devolver el poderío a los caciques indígenas, si bien bajo la soberanía del emperador de España. La denuncia, aunque no pasó de mera calumnia, es reveladora. Meses antes, fray Toribio de Benavente, nombrado por fray Juan de Zumárraga "Visitador e Defensor e Protector e Juez Comi– sario de los indios", había conminado bajo pena de excomunión al alguacil de la Audiencia, Pedro Núñez, a abandonar la ciudad de Huejotzingo en un plazo de nueve horas. Pedro Núñez había ido a apresar a algunos caciques acogidos por los franciscanos en su convento de Huejotzingo. La pugna entre los franciscanos y los oidores terminó con la excomunión de éstos y su sustitución por la segunda Audiencia. No sólo los venales miembros de la primera Audiencia, sino también los encomenderos en general se declararon enemigos de los frailes, a quienes infamaban diciendo que, por defender a los indios, no les dejaban enriquecerse; que eran unos tales y unos cuales... Motolinía es tan sensible en todo lo que atañe a la defensa de los vejados indios, que no puede ver el menor signo de abuso sin que su celo se encienda de inmediato. El mismo, en su citada carta al Emperador, cuenta la siguiente anécdota. Un día, el gran defensor de los derechos humanos fray Bartolomé de Las Casas se presentó en el convento franciscano de Tlaxcala acompañado de una trein– tena de indios cargados de bultos y fardos, y se negó -por moti– vos que desconocemos- a bautizar a un pobre nativo que había lle– gado al convento tras un agotador camino de tres o cuatro jorna– das. La reacción de Motolinía, que era a la sazón guardián de aquel monasterio, no se hizo esperar. "Yo entonces dije al de Las Casas: 153
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