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Vivir la pobreza franciscana radicalmente era, sin duda, el me– jor medio de "encarnarse" en México. Eso hicieron los primeros frailes. De tal forma se identificaron Motolinía y sus compañeros con los indios, que éstos vieron en ellos sus padres, amigos y de– fensores. Así lo manifestaron al presidente de la segunda Audiencia de México, don Sebastián Ramírez de Fuenleal: "Porque estos an– dan pobres y descalzos como nosotros, comen de lo que nosotros, asiéntanse entre nosotros, conversan entre nosotros mansamente". Defensor de los pobres Toribio de Benavente no fue un fraile simplón, ni un soñador. Mucho menos, un engañado por fáciles sentimentalismos indige– nistas. Conocía a fondo la injusticia social que oprimía a los in– dios y, después de estudiar las causas de los males que estos sufrían, se propuso erradicarlas llegando hasta las últimas consecuencias, sin excluir un cambio de estructuras. Es verdad que considera providencial la conquista realizada a sangre y fuego por Hernán Cortés. Se alegra, incluso, de la destruc– ción de los templos paganos. Llega a afirmar que las epidemias que diezmaron la población indígena fueron también providencia– les, pues acabaron con la casta sacerdotal y con la generación más aferrada a la idolatría, facilitando la implantación del cristianismo. Defiende a Cortés. Pero al justificar la conquista del imperio azteca, no recurre sólo a argumentos teológicos (la gloria que a Dios se debía se la daban a los ídolos), sino que tiene también en cuenta los derechos humanos que conculcaba el culto idolátrico: "porque los sacrificios y crueldades de esta tierra y gente sobrepujaron y ex– cedieron a todas las del mundo". Se comprende que quienes, como Motolinía, estuvieron en con– tacto con la generación que había sufrido aquel infierno de horror y de sangre no fueran capaces de hacer sutiles distinciones entre cultura y religión, representaciones simbólicas y culto al demonio, y optaran por borrar todo vestigio de aquella carnicería humana. Con todo la implantación del nuevo orden cristiano tampoco conlleva el deseado respeto por el hombre. Motolinía no lo disi– mula. Su Historia de los indios de Nueva España se abre con la descripción de las "diez plagas trabajosas" que cayeron sobre México a raíz de la conquista. Reconoce sin paliativos que los nuevos amos se han enseñoreado de México y mandan a sus señores naturales como si fuesen sus esclavos. A causa de los pesados tributos im– puestos por los cristianos a los indios, muchos de éstos han muer– to, unos con tormentos, otros en crueles prisiones. No puede olvi– dar las horrorosas escenas que ha visto en las minas de Guaxaca, 152
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