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En cuanto pisó tierra mexicana experimentó la gozosa sensa– ción de haber llegado a su propia casa. No salía de su asombro al ver que aquellos indios que aún no eran cristianos practicaban ya la pobreza que él se esforzaba en poner por obra desde su profe– sión religiosa. Observó que los indios "son contentos con muy chica morada y menos hacienda, que como caracol pueden llevar a cues– tas toda su hacienda", mientras que muchos de los cristianos llega– dos a México sólo pensaban en acumular riquezas. "¿De quién to– maron acá nuestros españoles, que vienen muy pobres de Castilla, con una espada en la mano, y dende en un año, más petacas y hato tienen que arrancar ha una reata?". Estas pretensiones mundanas de los cristianos provocaban en él la más aguda ironía. La descripción que hace de un señor que vive entre los enredos y embarazos de las riquezas es de mano maestra. "Ver con cuánta pesadumbre se levanta un español de su cama muelle y muchas veces le echa de ella la claridad del sol, y luego se pone un monjillazo (bata), porque no le toque el viento, y pide de vestir, como si no tuviera manos para lo tomar, y así le están vistiendo como a manco". Mejor disposición para la vida cristiana halla Motolinía en los indios: "No se desvelan en adquirir ni guardar riquezas, ni se matan por alcanzar estados ni dignidades. Con su pobre manta se acues– tan, y en despertando están aparejados para servir a Dios... Sus colchones es la dura tierra, sin ropa ninguna. Están estos indios y moran en sus casillas, padres, hijos y nietos; comen y beben sin mucho ruido ni voces... Salen á buscar el mantenimiento a la vida humana necesario y no más". Tal parece que fray Toribio encontrara entre los indios de Mé– xico la realización del ideal evangélico de las Bienaventuranzas. Pero lo que a Motolinía le enternece el alma hasta las lágrimas es comprobar que gente tan pobre sea al mismo tiempo tan generosa. Entre los indios de Tlaxcala vio escenas tan admirables, que se re– sistía a dar crédito a sus propios ojos. "Yo mismo fui muchas veces a mirar, y me espantaba de ver cosa tan nueva en tan viejo mundo". Era el día de Pascua. Los indios acudían a hacer ofrendas: mantas y mantillas; paños tejidos de fino algodón y de pelo de conejo; in– cienso o copalli; frutas y víveres de toda especie; adornos de bri– llantes plumas; cirios de todo tamaño y precio. Eran indios humil– des, campesinos descalzos. Daban todo lo que tenían. Más de lo que podían tener. A vista de semejantes ejemplos de generosidad, nada extraña– ba a fray Toribio que los primeros en convertirse al cristianismo fue– ran "algunos pobres desarrapados, de los cuales hay hartos en esta tierra". 151

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