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Sus viajes no fueron cómodos paseos de turismo; algunos, co– mo el que realizó -en el año 1539- a las regiones del norte de Tlaxcala, semejaron, más bien, escaladas de recio alpinismo. Des– cribe sus andanzas con muy vivos detalles. La subida es a veces tan pendiente, que sólo es posible realizarla hundiendo las puntas de los pies en tierra, en pequeños escalones, y valiéndose de sogas o be– jucos. Para superar pasos más peligrosos todavía, utiliza escaleras de un solo palo, en cuyas concavidades o muescas apoya los pies mientras sostiene el cuerpo asiendo una soga con las manos. "Su– bimos temblando de mirar abajo, porque era tanta la altura, que se desvanecía la cabeza". La travesía de los ríos es otra difícil prueba. Veces hay en que los pasa a volapié, agarrado a una soga tendida de orilla a orilla. Paralela a este espíritu andariego y a esta sed de conocer todos lcis aspectos de la vida de México es la multiplicidad de sus activi– dades y trabajos. Ejerce cuanto oficio y cargo es imaginable en un religioso: Guardián, Custodio, Vice-Comisario, Juez Apostólico, Visitador, Defensor y Juez Comisario, Albacea, Provincial, Vice-Provincial y hasta Vice-Epíscopo. Esta aparente inconstancia no revela en fray Toribio un carác– ter voluble y superficial, necesitado de un continuo cambio de lu– gar y de ocupación, en función de una curiosidad enfermiza; sino todo lo contrario. Obedece a una total disponibilidad de espíritu al servicio de la primitiva Iglesia misionera de México. La profusión de oficios y lugares es el reflejo más fiel de una vida heróicamente consagrada a un gran ideal: el servicio, generoso y sacrificado, ale– gre y enteramente libre, a los pobres. He aquí el núcleo de la perso– nalidad de fray Toribio Motolinía. Pobre, identificado con los pobres de México Si Toribio de Benavente se quedó con el nombre de Motolinía fue porque en este vocablo náhuatl vio resumido el ideal de su vi– da de franciscano: la pobreza. Una pobreza entendida como total renuncia al egoísmo, fuente, por tanto, de una gran libertad interior; una pobreza que le llevó a identificarse con los hermanos más hu– mildes y oprimidos y ponerse a su entera disposición. Desde este iluminado ángulo lo retrató el cronista Bernal Díaz del Castillo. 150 "Y pusiéronle este nombre de Motolinía..., que quiere decir en su lengua el fraile pobre, porque cuanto le daban por Dios lo daba a los indios y se quedaba algunas veces sin comer, y traía los hábitos muy rotos y andaba descalzo, y siempre les predicaba, y los indios le querían mucho porque era una santa persona".
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