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que de esquina a esquina tenía la cepa del patio sagrado de Tenayuca. Reconoce que los sacerdotes aztecas conservaban sus templos muy blancos, bruñidos y limpios; que embelle'cían algunos con huerte– cillos de flores y árboles. En Oaxaca, estudia los templos de Mitla. Y en Texcoco admira sus grandes cúes. Motolinía no tiene reparo en admitir algunos valores positivos del culto idolátrico. Hablando de las vestales aztecas, escribe, admi– rado, que en las fiestas principales iban todas en procesión por una banda, mientras los ministros iban por otra, hasta llegar delante de los ídolos, al pie de las gradas; y que los unos y las otras iban con tanto silencio y recogimiento, que no alzaban los ojos de la tierra ni hablaban palabra. No escapa un solo detalle a su curiosidad por conocer de cerca cuanto existe. Lo mismo describe el maguey, al que dedica todo un capítulo, como el aguacate, la cañafístula, el trigo o el gusano de la seda. Estudia las cualidades de la piedra que se extrae en una can– tera de Puebla de los Angeles. Ni a las gallinas deja en paz en su afán de observación, pues advierte que las de México son tan bue– nas, que dan tres y cuatro de las de España por una de ellas. Fray Toribio tenía los ojos suficientemente limpios como para no espantarse ante la mujer. La observa con sana naturalidad. "Si alguna de estas indias está de parto, tienen muy cerca la par– tera porque todas lo son; ...paren con menos trabajo y dolor que las nuestras españolas; ...y si los hijos son dos de un vientre, lue– go que ha pasado un día natural, ·y en partes, dos días, no les dan leche y los toma la madre después, el uno con el un brazo y el otro con el otro,_y les da la teta, que no _se les mueren, ni les buscan amas que los amamanten, y adelante conoce desper– tando cada uno su teta". No se cansa de describir las tareas y las costumbres de las madres indias. "Y desde que llegan (los niños) a cinco o seis meses, pónenlos desnuditos entre los hombros y échanle una manta encima, con que cubre su hijuelo, dejándole la cabeza de defuera, y ata la manta a sus pechos la madre y así anda con ellos por los caminos y tierras a doquiera que va, y allí se van durmiendo como en buena cama". A la par de esta apertura de espíritu va su increíble movilidad. Viaja tres veces a Guatemala, llega hasta Nicaragua, recorre México de norte a sur y de este a oeste; lo mismo se le encuentra en la cos– ta del Pacífico, en el puerto de Tehuacán, que en la del Atlántico. Mora relativamente poco tiempo en cada convento y así logra vivir en la mayoría de ellos y en los puntos más apartados: en la ciudad de México, en Tlaxcala, Texcoco, Cuernavaca, Cholula, Taxco, Atlixco, Oaxaca, Pátzcuaro, Michoacán, Huanquechula, Puebla de los Angeles, Huejotzingo, etc. Planea viajar a China con fray Mar– tín de Valencia, y se interesa por las expediciones hechas a las mí– ticas siete ciudades de Cibola. 149
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