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1. Engaños y desengaños del paraíso de las Indias Honrado con los títulos más sonoros y provisto de las más am– plias facultades que podía ambicionar un mortal en aquella época -Almirante, Virrey y Gobernador del Mar Océano e Islas y Tierra Firme descubiertos o por descubrir-, Cristóbal Colón subió a su nao capitana, llamada MAR/GALANTE. Desde el puente de su rumbosa nave, el gran descubridor contó, con visible satisfacción, las diecisiete carabelas y tres naos que componían la flota de su segundo viaje al Nuevo Mundo, y dio la orden de zarpar. Era el 25 de septiembre de 1493. Esta vez no lo enviaban los soberanos de España -como en el primer viaje- tan sólo a "fazer algunas cosas complideras a nues– tro servicio", sino a llevar a cabo cometidos mucho más nobles y universales: abrir camino al Evangelio y a la Iglesia y promover la paz y la hermandad entre los cristianos y los pobladores nativos de las Indias. Así ordenaba la instrucción real firmada por Fernan– do e Isabel el día 29 de mayo de aquel mismo año. Para realizar -o desbaratar- una tan espiritual empresa, Co– lón llevaba consigo unos mil quinientos tripulantes y soldados de toda suerte y calaña. Con él iban un Alonso de Ojeda, quien pron– to habría de merecer el poco honroso título de "espanto de indios y asombro de españoles", y un Juan Ponce de León,}uturo co– lonizador de la Isla de Puerto Rico, castellano de nobles senti– mientos. Hombres de letras como el físico Diego Alvarez Chanca -quien legó al futuro un interesante diario de aquel viaje- o el car– tógrafo Juan de la Cosa, se mezclaban, entre las duelas de las naos, con rudos ·hombres de armas así como con marinos, aventureros y criminales. Dos hermanos legos, "muy bien sabidos y letrados" Acompañaba también a Colón en este su segundo viaje un re– ducido grupo de clérigos, el primero que se trasladaba a las Indias. Dentro del mismo, el talante revolvedor y pendenciero de fray Ber– nardo Boyl -ex-benedictino pasado a los mínimos- contrastaba 13