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a orar en parte donde le viesen... para darles ejemplo". Decía él que la mejor enseñanza es el ejemplo, pues los indios "más hacen lo que ven que lo que oyen". No castigaba sin castigarse primero. Ex– traña genialidad pedagógica la de fray Martín: antes de azotar al culpable, se azotaba él mismo delante de todos. Pobreza y menosprecio de sí mismo fueron los cimientos sobre los que quiso levantar el edificio del Evangelio en México. ¿Quién podía dejar de creer a aquel hombre que, cargando su manto y zu– rrón al hombro -como nos lo pintan las crónicas-, caminaba des– calzo y roto, cada semana ayunaba cuatro días a pan y legumbres, y respiraba amor y ternura? México se convirtió a un cristianismo auténtico en la medida en que, en su evangelización, hubo ejemplos de vida cristiana. Las prédicas de los soldados no convencieron. Tampoco la espada de Cortés. Sólo los amigos de Dios atraen a los hombres a Dios. Envuelto en una bandada de pájaros aztecas Un halo de exquisita poesía franciscana ilumina los últimos días de fray Martín. Retirado al convento de Talmanalco, frecuen– taba el pueblecito de Amecameca, que está -según la descripción de Motolinía- "en la ladera de una serrecilla, y es un eremitorio muy devoto, y junto a esta casa está una cueva devota... y una arboleda, y en– tre aquellos árboles había uno muy grande, debajo del cual se iba (Martín de Valencia) a orar por la mañana; y certifícanme que luego que allí se ponía a rezar, el árbol se henchía de aves, las cuales con su canto hacían dulce armonía, con lo cual él sen– tía mucha consolación, y alababa y bendecía a el Señor; y como él se partía de allí, las aves también se iban; y que después de la muerte del siervo de Dios nunca más se ayuntaron las aves de aquella manera". Quien esto escribe tuvo la suerte de visitar el evocador árbol de Amecameca, que aún se alza vigoroso con su recio tronco y fron– dosa copa. Ya no acuden a su ramaje las aves como en los buenos tiempos de fray Martín, pero los vecinos de Amecameca lo conser– van con devoción. Es el monumento más apropiado que han podi– do levantar a aquel gran amigo de Dios y hermano de los aztecas, que plantó el árbol del Evangelio en México. Fray Martín de Valencia murió cerca de Amecameca, en Tal– manalco, el día 21 de marzo de 1534. Dejó en herencia un cili– cio, una túnica y dos casullas. Eran sus únicos bienes. Las casullas estaban hechas de lienzo mexicano. En carta que escribió a fray Matías Weynssen, comisario de la familia Cismontana de la Orden 145

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