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pasión dicho: e yo le respondí que si no se creía nada, cómo es– cribió aquella carta la Católica Majestad (al obispo Zumárraga) y le mandaba ir en Castilla". Es interesante la razón que fray Martín aduce para justificar su enfrentamiento con la autoridad: "no por nos, sino porque nues– tra doctrina y crédito en los naturales no se menosprecie". Lo que a fray Martín de Valencia le preocupa en primer lugar es la suerte de los nativos. El ha sido enviado para evangelizarlos y defender sus derechos; no para servirse de ellos. "Luego que en estas partes llegamos, con increíbles trabajos habemos procurado de traer estos gentiles al verdadero conocimiento e corral de las ovejas cristianas". Evangeliza en Xochimilco y Coyoacán. En Cuitlahuac bautiza gran número de niños. Cerca de diez años después, fray Martín evoca gozosamente aquellas primeras correrías apostólicas en las que tanto fruto de conversiones cosecharan él y sus com– pañeros: "Nos repartimos por las provincias más numerosas, derribando innumerables cúes y templos donde reverenciaban sus vanos ídolos y hacían sacrificios humanos crueles sin cuento, y posi– mos en su lugar cruces, y comenzamos a edificar iglesias y monas– terios para les comunicar la doctrina cristiana y el santo baptis– mo, el cual se les administró con tanto fervor, y ellos lo pedían y recibían con tanto deseo y frecuencia, que sin escrúpulo osare– mos afirmar que cada uno de nuestros hermanos, mayormente los primeros mis compañeros, tiene hasta hoy baptizados más de cada cien mil personas, los más dellos niños". Fray Martín no se contenta con la predicación. No olvida que más importantes que las palabras son "el concierto y buen ejem– plo" que le recomendara el ministro general fray Francisco Quiño– nes en su Obediencia. Para él -hombre de oración-, el secreto del éxito está en la humildad, en la sincera búsqueda del bien ajeno, en la promoción de los oprimidos, en la obediencia a la Jerarquía. Delegado del Sumo Pontífice y del general de la Orden, investido de poderes episcopales, prefiere vivir como "fraile pobre y despre– ciado". Cuando llega a México el primer obispo electo, fray Juan de Zumárraga, le cede de inmediato todos los derechos que le otorga– ran León X y Adriano VI: "Llegado el electo a México con los oido– res pasados, luego le hicimos -aunque él lo rehusaba- tomar la jurisdicción eclesiástica". Nada que huela a gloria o interés perso– nal quiere para sí. Ni siquiera su propia vida. Un santo frustrado en sus deseos Los biógrafos de fray Martín nos han transmitido un detalle que encierra la clave de toda su vida y expresa su actitud funda- 143
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