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3. Martín de Valencia, amigo de Dios y hermano de los vencidos Cuando el 13 de mayo de 1524, fray Martín de Valencia y sus compañeros, conocidos como los Doce Apóstoles de México, de– sembarcaron en San Juan de Ulúa, todavía brillaban al sol los altos médanos de su costa que, cinco años antes, describiera el soldado– cronista Bernal Díaz del Castillo, y aún mortificaban a indios y es– pañoles los zancudos que tan poco amigablemente habían acogido al cronista castellano. Los que ya no estaban en la isleta del puerto eran aquellos cuatro torvos sacerdotes del dios Tescatlipoca, quie– nes, después de haber ofrecido a su ídolo los corazones y la sangre de dos muchachos sacrificados aquel mismo día, quisieron sahumar a los asombrados soldados que acompañaban a Bernal Díaz. En cinco años, las cosas habían cambiado mucho para los sacerdotes aztecas y para el imperio que ellos mantenían unido con sus feroces ídolos y crueles sacrificios. Ahora, quien mandaba en México sobre ídolos y caciques era Hernán Cortés. Viaje a la capital de un imperio humillado Fray Bernardino de Sahagún, que se gloriaba de haber conoci– do a los doce misioneros, menos dos, y de haber convivido con ellos "por espacio de muchos años en esta tierra", ha conservado celosamente sus nombres: fray Martín de Valencia -que venía por "principal y prelado de todos ellos"-, Francisco de Soto, Martín de la Coruña, Toribio de Benavente o "Motolinía", Francisco Jiménez, Antonio de Ciudad Rodrigo, García de Cisneros, Luis de Fuensa– lida, Juan de Ribas, Juan Juárez, Andrés de Córdoba y Juan de Palos. Habían profesado en la provincia franciscana de Santiago y eran miembros de la Custodia de San Gabriel, en Extremadura. Gracias a Cortés, los doce apóstoles franciscanos hallaron abier– to y sin obstáculos el camino desde San Juan de Ulúa hasta la ca– pital azteca. Lo hicieron a pie y descalzos a pesar de que el victo– rioso capitán extremeño quiso convertir el viaje en una especie de marcha triunfal -mandó que por donde fuesen les barrieran los caminos, que en los pueblos los recibiesen con repiques de campa– nas y que indios portando velas encendidas les acompañaran-. 135
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