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Pedro de Gante fue también -¿qué es lo que no fue este "tau– maturgo sin milagros" como le llama un biógrafo suyo?- construc– tor de iglesias. Lo dice él mismo: "Yo, por la misericordia de Dios y para honra y gloria suya, en esta provincia de México, donde moro, que es otra Roma, con mi industria y con el favor divino, he levantado más de cien casas consagradas al Señor, entre iglesias y capillas, algunas de las cuales son templos tan magníficos como propios para el culto divino". Se comprende, pues, que en sus talleres de San José iniciara a los indios en los oficios de cantería y carpintería. La construcción de nuevas iglesias exigía, a su vez, el desarro– llo de una amplia gama de obras de arte y de artesanía: imágenes, pinturas, retablos, andas, cruces, estandartes, libros y salterios, fa– cistoles, cálices, campanas, candeleros, etc. De los talleres de Pe– dro de Gante salían con tal profusión todas estas obras relaciona– das con el arte sacro, que suplían las demandas de la mayoría de las iglesias de México. Se conocen los nombres de algunos de aquellos aventajados discípulos del maestro franciscano en pintura y escultura: Marcos Cipac o Aquino, Pedro Quauhtli, Miguel Toxochicuit, Fernando Colli, Francisco Xinmaual, el escultor Miguel Mauricio, etc. Marcos Cipac, con la colaboración de otros tres indígenas, fue el autor del retablo pintado de la capilla de San José. La pléyade de artistas salida de los talleres de fray Pedro pintó murales en los conventos franciscanos de Cholula, Huejotzingo y Tlalmanalco, en la cárcel de México y en la capilla de San José. Con los brillantes colores de México -de ellos escribió Bernar– dino de Sahagún un curioso capítulo en su Historia general de las cosas de Nueva España- los discípulos del maestro flamenco, ayu– dados por otros artistas franciscanos -como Diego Valadés-, ilu– minaron muros y retablos de iglesias y conventos y alegraron los ojos, ya cansados, de su promotor. Gracias a Bernardino de Sahagún sabemos la forma en que tra– bajaban los plateros, los aurífices y los gematistas aztecas. Pedro de Gante tampoco descuidó la enseñanza de la orfebrería en sus ta– lleres. Los productos de este ramo eran de los más solicitados por las iglesias, las que pronto pudieron estar -como da a conocer Ber– na! Díaz del Castillo-, "muy ricamente adornadas de todo lo perte– neciente para el santo culto divino, con cruces y candeleros y ciria– les y cáliz y patenas y platos, unos grandes y otros chicos, de plata, y incensario, todo labrado de plata". El polifacético fraile flamenco tampoco se olvida de la música. Según los cronistas franciscanos, es el primero que enseña el canto 131

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