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La experiencia de las escuelas primarias iniciada por Pedro de Gante fue tan alentadora, que los franciscanos se lanzaron a ensa– yar un centro de estudios más elevados, un instituto de nativos la– tinistas: el colegio de Santa Cruz de Tlaltelolco. Brillante culmina– ción de la tarea docente de Pedro de Gante, el colegio de Santa Cruz se inauguró el día 6 de enero de 1536. Su régimen de inter– nado era riguroso. Los alumnos comían juntos y en silencio, como frailes. Se levantaban de noche para rezar maitines. En el colegio de la Santa Cruz se enseñaba latín, música, retó– rica, lógica, filosofía y medicina. Sus lenguas oficiales eran el latín y el náhuatl. (Algunos historiadores hacen resaltar el hecho, muy significativo, de que los franciscanos intentaron imponer el náhuatl como idioma general en todo México). Sus alumnos eran "hijos de los señores principales de los mayores pueblos o provincias de esta Nueva España", de modo que el colegio venía a ser un centro de formación de los futuros dirigentes nativos de la sociedad mexicana. Pedro de Gante recalca el hecho de que también en su escuela de San José los indios estudian "para alcaldes, jueces y regidores y go– bernadores". El sistema educativo ideado por los franciscanos su– ponía, pues, todo un plan político... Este llegó a cuajar en parte. El indio Antonio Valeriana, alumno y profesor del colegio de la San– ta Cruz, fue por treinta años gobernador de los indios de México. Catequista y formador de catequistas Pedro de Gante estaba satisfecho de aquellos triunfos que su Orden y él estaban cosechando en la formación cultural de los na– tivos; pero nunca separó la instrucción escolar de la enseñanza re– ligiosa. No era un mero civilizador. Era, ante todo, un misionero, un catequista. Su proyecto no consistía sólo en organizar un pue– blo culto; quería ver el florecimiento de una cristiandad. De su labor catequética habla él mismo, y con alguna ampli– tud, en su predicha carta del 17 de junio de 1529. Recuerda en ella que "recogemos en nuestras casas los hijos de los señores principa– les para instruirlos en la fe católica... De ellos tengo a mi cargo en esta ciudad de México al pie de quinientos o más". De modo que consideraba su internado, ante todo, como un centro de enseñanza religiosa. Durante once años tuvo, además, cargo de visitar y animar los numerosos centros catequéticos que los franciscanos mantenían en la ciudad de México y en los pueblos circunvecinos. Cada uno de es– tos centros estaba dirigido por un tepixque -un indio preparado es– pecialmente por los frailes y puesto al frente de una comunidad o barrio-, el cual reunía a los niños, generalmente en amplios patios, 127
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