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tecas sometidos. En ella les enseñaba doctrina cristiana, leer, escri– bir, cantar y algunas destrezas. La escuela funcionaba en régimen de internado y contaba al principio con cerca de mil alumnos. Esta cifra bajó un tanto después. El régimen de vida del internado era austero, y sus horarios tan apretados que, en frase del mismo fray Pedro, los niños nunca esta– ban ociosos. Grandes y chicos se levantaban a media noche a rezar maitines (ien latín!) y hasta se disciplinaban tres veces a la semana "para que el Señor les convierta"... Sin embargo, no se mantenían aislados de sus familias, pues, tal como informan las crónicas, "les daban de comer lo que les traían sus madres, y la ropa limpia y otras cosillas que habían menester". Sostener un internado de tan alto número de alumnos causaba verdaderos quebraderos de cabeza al pobre fraile, pues en una de sus cartas a Carlos V se quejaba de "no tener mantenimientos ni qué comer". A pesar de las dificultades económicas, que trataba de remediar acudiendo a la munificencia de su pariente el emperador, Pedro de Gante se sentía a gusto entre sus pequeños aztecas. Notó de inme– diato que éstos poseían una "razonable habilidad" -así lo decía, en el año 1532, en una relación que envió a Carlos V-, que eran rápi– dos en captar las enseñanzas y brillantes en la forma de expresar– se. Poseían una innata habilidad para la escritura. En Texcoco hu– bo un muchacho que, al copiar una bula pontificia, la caligrafió tan a perfección, que, según Toribio de Benavente, la letra que hizo parecía el mismo modelo. "Deprendieron a leer brevemente -infor– ma fray Toribio- así en romance como en latín, y de tirado y letra de mano... Escribir se enseñaron en breve tiempo, porque en pocos días que escriben luego contrahacen la materia que les dan sus maes– tros. Letras grandes y griegas, pautar y apuntar, así canto llano co– mo canto de órgano hacen muy libremente". El absorbente trabajo que supone para fray Pedro la dirección del plantel no le impide el cultivo de la piedad. Entre clase y clase se retira a una habitación que se hace construir junto al colegio. Recogido en ella, se entrega a la oración y al estudio. Al ver el éxito que el hermano flamenco iba teniendo con sus cátedras de San José, los franciscanos las multiplicaron generosa– mente. En Tlaxcala, Puebla, Tulacingo, Xochimilco, Tolula... "En to– dos los pueblos de la Nueva España a donde residen religiosos hay escuela", afirmaban los superiores franciscanos de México en el año 1570. Tampoco descuidaron la instrucción y educación de las niñas y doncellas indias, para las cuales levantaron internados en México, Tlaxcala, Texcoco, Otumba, Tepeapulco, Huejotzingo, Coyoacán y Cholula. Para los niños mestizos abrieron el colegio de San Juan de Letrán. 126
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