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cano. Mendieta advierte que en cuanto se asentaron en Texcoco los tres frailes flamencos -Juan de Tecto, Juan de Ayora y Pedro de Gante-, comenzaron a aprender la lengua de los naturales. Dedicados al mismo tiempo a instruir y catequizar a niños in– dígenas, probablemente se valieron de éstos para el aprendizaje de la lengua, tal como lo hicieron poco después fray Martín de Valen– cia y sus compañeros. El hecho es que Pedro de Gante se hace con el idioma mexica– no a perfección. Los cronistas afirman que lo supo "muy bien". Tan orgulloso se sentía él de haberlo aprendido, que, en la carta que en– vía a sus hermanos franciscanos de Flandes a los seis años de haber llegado a México, intercala una frase en náhuatl, que él mismo tradu– ce: "No diré más, sino que sea loado nuestro Dios y su bendito Hijo Jesucristo". Su dominio del idioma náhuatl se remonta a fechas anteriores, pues fue en el año 1527 cuando envió a los Países Bajos una Car– tilla catequética escrita por él en mexicano y editada, probablemen– te en Amberes, en 1528. Más tarde, en 1553, imprime una obra de más empeño y extensión, su célebre Doctrina christiana en lengua mexicana. Toda ella escrita en náhuatl, menos algunas oraciones y vocablos técnicos, que van en latín y castellano. Bien impuesto en el idioma mexicano, Pedro de Gante vio abier– tas de par en par las puertas para lanzarse a la ejecución de sus am– biciosos planes de misionero y civilizador. Plantó sus reales junto a la primitiva iglesia de San Francisco, en México, donde construyó la llamada Capilla de San José de los naturales. A lo largo de medio siglo, esta capilla, con sus oficinas aledañas, fue su parroquia, su plantel de catequesis, su escuela de enseñanza primaria, su conser– vatorio de música y su gran taller de artes y oficios. Contra lo que pudiera sugerir el término capilla, no se trataba de un diminuto oratorio, sino de todo un templo, de siete naves, "insigne por su ca– pacidad y grandeza", la iglesia más amplia de la ciudad de Méxi– co en su tiempo, y que, en los acontecimientos más solemnes, sus– tituía, incluso, a la primitiva catedral. Inmensas multitudes de nati– vos se congregaban en la capilla. "Caben en ella diez mil hombres y en el patio caben más de cincuenta mil" -escribe Gante en 1558-. Según recuerdan los cronistas, de sus naves salían, por Semana Santa, procesiones de veinte mil indios; la del Viernes Santo de 1585 reunió a siete mil setecientos disciplinantes, y la del Domingo de Resurrección solía exhibir doscientas treinta imágenes, doradas y de brillantes colores, que eran llevadas en andas por entusiastas de– votos vestidos de blanco. Junto a la capilla de San José, Pedro de Gante levantó una es– cuela para niños, en especial para los hijos de los jefes y nobles az- 125

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