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mer sobre los cuerpos muertos, que hacían gran sombra al sol"- y en las obras de desmantelamiento de los templos idolátricos. Cen– sura la esclavitud impuesta a los indios y la destrucción de su orden social y familiar. En México -escribe Benavente- "quedó tan des– truida la tierra de las revueltas y plagas ya dichas, que quedaron mu– chas casas yermas del todo y en ninguna hubo adonde no cupiese parte del dolor y llanto, lo cual duró muchos años". Semejantes denuncias, de las que están llenas las cartas y las crónicas de los franciscanos de aquella época, prueban la libertad de espíritu con que los frailes pensaban y actuaban y -sobre todo– el sincero amor que sentían por los vencidos. Amor era, en efecto, comprender la frustración y el escándalo que éstos sufrían, y amor también, el hecho de admitir sus derechos y ponerse a su flanco para secundarlos. Pedro de Gante fue uno de estos frailes ganados a la causa de los vencidos. La visión de aquel pueblo reducido a escombros físi– cos y a ruinas morales le impresionó profundamente y le hizo refle– xionar. En carta que escribe al emperador Carlos V en 1532, le di– ce que los mexicanos son "gente que sabe distinguir lo bueno de lo no tal, y ansí desean ser más subjetos de V.M. que repartidos en– tre españoles". Aunque sometido, el pueblo azteca estaba conscien– te de sus derechos. La entrega de fray Pedro al servicio de los na– tivos nace de este primer sentimiento de justicia, que luego se trans– forma en simpatía y llega hasta la admiración. En 1558, esta vez en carta a Felipe 11, vuelve a insistir en la ne– cesidad de superar "los grandes inconvenientes que hay en repar– tir los pueblos (de indios) a los españoles". La labor era, en verdad, ardua, pues se trataba de poner en marcha a todo un pueblo ven– cido por la guerra y repartido en encomienda. No es de extrañar que los aztecas hubieran quedado desconcertados y sin saber por qué nuevos caminos tirar después de su derrota y sometimiento. Con frase muy abarcadora dijo Mendieta que los mexicanos esta– ban "como atónitos y espantados de la guerra pasada, de tantas muertes de los suyos, de su pueblo arruinado y, finalmente, de tan repentina mudanza y tan diferente en todas las cosas". Era preciso arrancar de la nada, hacer el milagro de resucitar a un pueblo muer– to y sepultado, llenar un inmenso vacío. Este vacío tan doloroso y desesperante fue visto y sentido en todo su dramatismo por Pedro de Gante y quiso -por fas o por nefas- colmarlo. Lingüista y pedagogo Para llevar a cabo la imponente tarea que ve perfilarse ante sus ojos, fray Pedro se lanza de inmediato a aprender el idioma mexi- 124
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