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dotes y prelados. Hasta el extremo de afirmar que de él dependía principalmente el gobierno de los naturales de toda la ciudad de México y de su comarca, incluso en lo espiritual y eclesiástico. Pi– cado, al parecer, de celos por esta popularidad del hermano fran– ciscano, el arzobispo Alonso de Montúfar solía decir: -Yo no soy arzobispo de México, sino fray Pedro de Gante, lego de San Fran– cisco... La tarea de volver a estructurar a un pueblo deshecho Pedro de Gante llegó a México en el mes de agosto de 1523, a los dos años de la caída de Tenochtitlán en manos de los conquis– tadores españoles. A su arribo, aún eran patentes las huellas de la terrible destrucción que había sufrido la ciudad durante el asedio por las tropas de Cortés. Un manuscrito anónimo, llamado de Tlal– telolco, redactado por autores indígenas hacia 1528, describe con acentos épicos la desolación de la capital azteca: "En los caminos yacen dardos rotos; los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y están las paredes manchadas de sesos. Rojas están las aguas, cual si las hubieran teñido, y si las bebíamos, eran agua de salitre. Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad y nos quedaba por herencia una red de agujeros. El códice Aubin, que registra noticias por medio de glifos, dibujos y textos en náhuatl, conmemora así la dedicación -1547- de la iglesia de San José, construida por fray Pedro de Gante. 121

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