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temuz y de su primo, por habelles conoscido tan grandes señores... E fue esta muerte que les dieron muy injustamente, e paresció mal a todos los que íbamos". Cuauhtemoc y Tetlepanquetzal fueron ahorcados el día 28 de febrero de 1525, en lzancanac según unos, en Teotilac según otros. Cuauhtemoc, hijo del emperador Ahuitzotl y de la reina Tlillalca– patl, el último gran jefe de los aztecas, era, -según lo describe Ber– nal Díaz del Castillo- bien parecido y de aspecto grave. No pasaba de los veinticuatro años. Ya nunca más pudo olvidar Johann Dekkers aquel rostro de Cuauhtemoc, que expresaba nobleza y valor. El otrora teólogo de la Universidad de París aprendió de aquella malhadada muerte que la mayoría de las veces la verdad y la justicia están de parte de los vencidos. Al menos, a él le cabía el honor y el consuelo de ha– ber iluminado los últimos momentos del caudillo de los aztecas con palabras de esperanza, y de haber intentado hacerle ver que el amor persiste a pesar de los errores y de la crueldad de los hombres. Tampoco Hernán Cortés pudo apartar ya de su memoria la fi– gura y las palabras de Cuauhtemoc -los ajusticiados nunca mueren en la conciencia de sus jueces-. Así lo consigna -veraz y desinte– resado- el cronista: "Cortés andaba mal dispuesto y aun muy pensa- Ejecución de Cuauhtemoc, "el Aguila que cae", y de Teteplanquetzal, se– ñor de Tacoplán, según una lámina pintada en México en el siglo XVI y conservada en la Biblioteca Vaticana (códice 3738). 116
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