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teador o saltimbanqui se murió en el camino y los músicos enfer– maron, "excepto uno, y renegábamos todos los soldados de lo oír y decíamos que su canto parecía de zorros y adives que aullaban y que valiera más tener maíz que comer que música"... Los dos frailes se preguntaban, sin duda, qué hacían ellos me– tidos en semejante delirio. Quizás les consolaba pensar que era justo correr la suerte, buena o mala, loca o cuerda, de aquellos hom– bres, y que valía la pena estar a su lado, codo a codo, en las du– ras y en las maduras. De todos modos, a cada rato se presentaba ocasión de ejercer el ministerio sacerdotal. En Ziguatecad, por ejemplo, el hambre apretó tanto, que algu– nos indios que iban en la expedición mataron a varios de sus com– patriotas y, asándolos al horno, los comieron. En vista de aquel triste lance -informa Bernal- "predicó un fraile francisco de los que traíamos, cosas muy santas y buenas". Pero, Cortés, para borrar, al parecer, la mancha de la antropofagia, mandó quemar a un in– dio mexicano. No aclara Bernal si el fraile predicador advirtió o no a Cortés sobre su desmesurado celo por la justicia. La atmósfera moral se hizo cada vez más irrespirable. Hasta Hernán Cortés renegaba de impaciencia "y pateaba, porque no le dejaron maíz que comer". Algunos soldados desertaron. El descon– tento cundió entre los indios. Y todos, incluso los españoles, desea– ban volver a México. En el mes de febrero de 1525, Hernán Cortés descubre ciertos indicios de sublevación entre los nativos que le acompañan y pro– cede a interrogar a los principales caciques. El señor de Tacuba o Tacoplán, llamado Tetlepanquetzal, confiesa que entre él y Cuauh– temoc habían dicho que valía más morir de una vez que morir cada día en el camino. Cuauhtemoc, por su parte, reconoce que sí se había hablado de sublevación, pero que "nunca tuvo pensamiento de sa– lir con ello, sino solamente la plática que sobre ello hubo" ... "Y sin más probanzas, -escribe Bernal Díaz del Castillo-, Cortés mandó ahorcar al Guatemuz y al señor de Tacuba, que era su primo. Y an– tes que los ahorcasen, los frailes franciscanos los fueron esforzando y encomendando a Dios con la lengua doña Marina. Y cuando le ahorcaban, dijo el Guatemuz: -iüh Malinche (así le llamaba a Cortés): días había que yo te– nía entendido questa muerte me habías de dar e había conoscido tus falsas palabras, porque me matas sin justicia! Dios te la deman– de, pues yo no me la di cuando te me entregaste en mi ciudad de México". El señor de Tacuba dijo que daba por bien empleada su propia muerte por el honor de morir junto con su señor, Cuauhtemoc. "E verdaderamente -confiesa Bernal- yo tuve gran lástima de Gua- 115
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